La familia de Iwona Wozniewska vive cerca del puerto de Gdansk, en Polonia, donde el aire fresco de antes ahora está contaminado por el polvo que desprende el carbón importado que se almacena en este lugar.
Los polacos expuestos a la contaminación generada por la explotación minera vivían en el sur del país, donde se extrae este mineral, pero desde hace poco los daños emergen también en la costa del mar Báltico, 500 kilómetros al norte.
Al carecer de una producción suficiente, Polonia necesita importar carbón. Pero con la invasión de Ucrania el procedente de Rusia quedó vetado y forzó a Varsovia a buscar otros mercados. Ante los grandes volúmenes traídos de Kazajistán, Colombia o Indonesia, el puerto de Gdansk empezó a almacenar carbón muy cerca de zonas residenciales.
“Este polvo es omnipresente”, lamenta Iwona, de 37 años, ante la casa donde creció. Su fachada está cubierta de una espesa película negra, cuando antes era beige. “Empezamos cada día por limpiar. Basta con abrir una puerta o una ventana para que el polvo penetre”, lamenta esta madre con una bebé de apenas un mes.
“Las máquinas de filtrado de aire y los humidificadores funcionan de forma permanente, cuando queremos salir con nuestra hija nos vamos a pasear a otros sitios”; además, en la casa escuchan sin cesar las sacudidas de los camiones que circulan 24 horas al día para transportar el mineral.
El sentimiento es compartido por Elzbieta Rostalska, cuya casa da a las pilas de carbón que bordean el canal. “Vivo aquí desde hace 40 años. La situación es la peor que hemos conocido. Estamos en el siglo XXI, podrían hacer las cosas de otra forma”, dice indignada la mujer de 64 años.
Cuando se levanta el polvo del carbón uno puede creer que está en medio de una “tormenta en el desierto”, sin ninguna visibilidad. “Yo soy asmática, así que cuando aumenta la contaminación deja un residuo desagradable en la garganta”.
Los problemas de salud se han multiplicado en la región. El padre de Iwona padece enfisema. Un vecino del barrio, Henryk Motyl, también sufre de problemas pulmonares. “Debería dejar la ventana grande abierta un poco todos los días” para inhalar y exhalar profundamente aire fresco durante media hora, explica este hombre de 66 años, “¿pero cómo hacerlo?”
Hace poco su mujer se atiborró de analgésicos para aliviar su dolor de cabeza y tuvo que alejarse de Gdansk un corto periodo, y “como por acto de magia sus dolores terminaron”. Su hija Anna Motyl-Kosinska, de 46 años, decidió luchar contra esta contaminación. Según ella, la situación se deterioró cuando las importaciones de carbón se intensificaron al acercarse el invierno.
El consejo municipal de Gdansk acaba de efectuar una reunión especial para abordar este problema. Los habitantes aprovecharon la ocasión para desplegar banderolas con el lema “Gdansk: ciudad negra”.
Afp