Madrid. La compañía mexicana Teatro Ojo concibe las puestas en escena desde una perspectiva original, en la que el espectador es mucho más que eso y en la que hay muchas puertas abiertas para la experimentación y la improvisación. Su proyecto Deus ex machina se presenta estos días en el centro cultural de la Alhóndiga de Bilbao, en el marco de un festival internacional que explora las nuevas formas artísticas del mundo contemporáneo.
Patricio Villareal es uno de los fundadores y miembros de esta singular compañía de teatro mexicano y se encuentra en Bilbao coordinando y dirigiendo las funciones, que tampoco tienen un formato clásico.En realidad, la obra o instalación se puede ver a lo largo del día y cada espectador observa lo que más le interese, ya que se trata de una especie de call center anónimo, en el que hay una docena de personas (actores) haciendo llamadas aleatorias a personas vinculadas a la ciudad o al centro cultural, y esas conversaciones se van grabando y emitiendo. Las comunicaciones tienen un sentido y una especie de esquema de entrevistas, pero la obra o la conversación puede discurrir por cualquier terreno.
Multidisciplina
En entrevista con La Jornada, Villareal explicó que el proyecto del Teatro Ojo está formado por distintos artistas de las artes escénicas, pero también hay otras formaciones, como arquitectura, ciencias políticas, literatura y sociología. En cuanto al proyecto que llevaron a Bilbao, precisó: “empezamos a imaginarlo en 2017, su primera edición fue en 2018 en la Ciudad de México y la de Bilbao es la cuarta. Se trata de un dispositivo que tiene que ver con un call center, que nos permite comunicarnos a muchos números y llegar a mucha gente que lleva su vida cotidiana y se le invita a mantener una conversación sobre su espacio, dentro de la intimidad, en una forma de elaboración de cierta memoria. De ver, de vivir, la vida”.
La compañía está integrada por seis personas, además de Villareal, que son Héctor Bourges, Karla Rodríguez, Laura Furlan, Fernanda Villegas, Alonso Arrieta y María López. En cuanto a la obra, la definen como “la actualización de un aparato escénico arcaico en medio de una nación atravesada por la devastación. Dejó de ser la deidad grandilocuente que intercede y desvía el sentido de la historia. Es apenas el registro de una gran cantidad de voces contemporáneas que en su timbre y temblor permiten escuchar los vuelcos que las afectan, así como la profunda complejidad de mundos colectivos e íntimos que sobreviven –o se extinguen– en el desastre”.
En Bilbao, utilizaron el mismo mecanismo para instalarlo: en el interior de una sala de teatro montaron la estructura de un call center, donde una decena de operadores, que son a su vez actores, realizan llamadas reales de forma continua durante toda la función. Por medio de una base de datos con números celulares o residenciales en servicio, los operadores insisten en contactar a los usuarios de dichas líneas telefónicas para producir conversaciones a través de preguntas de diversa índole, donde pueda repasarse tanto el tiempo de la vida de quien conteste, como el de la nación que habita. Un monitor hace audible en una zona del teatro alguna de las llamadas en tiempo real entre usuario y operador.
Villareal destacó que la idea es que “el teatro se convierta en un espacio de tránsito para el espectador, donde podrá encontrarse con pasillos sonoros que hacen circular voces de lugares ajenos, el trabajo de los operadores que hacen llamadas sin parar, estaciones con audífonos que contienen las llamadas realizadas anteriormente en el teatro, deidades locales que merodean el recinto como espectros contemporáneos y, sobre todo, el punto donde se escucha en vivo una de las llamadas que sucede en tiempo real.
“Nos interesa también volver a pensar el teatro como ese espacio de reunión de cuerpos, de imaginarios que confrontan nuestra realidad dada por hecho, de resistencia ante el tiempo (del capital) que nos devora, de imaginación y de sensualidad, de potencia política, de experimento de convivencia”, concluyó.