Marcelo Ebrard había anunciado que el lunes inmediato a las elecciones del estado de México y Coahuila habría de presentar públicamente su propuesta para el proceso de designación de la candidatura presidencial de Morena.
Le pidieron que no lo hiciera dicho día, lo cual aceptó y pasó el anuncio para el martes, pero la misma noche del lunes el Presidente de la República salió de Palacio Nacional y se reunió en un restaurante con los dirigentes partidistas formales (Mario Delgado y Citlalli Hernández), con los cuatro aspirantes oficiales (Sheinbaum, Ebrard, López Hernández y Monreal) y con algunos gobernadores guindas que alcanzaron a llegar al convite gastronómico y fundamentalmente político.
El mensaje de Andrés Manuel López Obrador fue claro y reiterado: la unidad partidista como garantía de triunfo electoral en 2024 y, por tanto, de continuidad del proyecto denominado Cuarta Transformación. La profesora Delfina Gómez Álvarez se constituyó en ejemplo vivo de lo deseado para el año entrante, mientras el caso Coahuila mostraría las consecuencias de la división.
La breve posposición del anuncio de Ebrard, la convocatoria con apariencia apresurada a la cena presidencial del lunes y la emisión de la convocatoria a sesión por vía de Internet de los integrantes del Consejo Nacional de Morena para definir el proceso de elección de candidatura a 2024 generaron especulaciones varias, entre las que destacó la presunción de una incomodidad creciente del canciller Ebrard con el curso que ha llevado el corcholataje, lo que, según esas interpretaciones de antiobradorismo esperanzado, podrían significar una ruptura grave en el proyecto 4T y, ¡al fin!, la consecución de un abanderado “opositor” con viabilidad electoral.
Ebrard es un político inteligente y eficaz, de larga carrera, al que el presidente López Obrador ha recurrido no sólo para los asuntos internacionales, sino incluso para otros, distantes de su cargo oficial pero, en general, bien cumplidos a juicio de quien lo comisionó. En esas tareas, el titular de la SRE ha ganado capital político internacional, en particular en el ámbito del poder estadunidense.
Pero no pareciera Ebrard la carta más avanzada en el juego sucesorio establecido por el presidente López Obrador. A estas alturas todo apunta a que Claudia Sheinbaum concentra la voluntad presidencial, el respaldo de la mayor parte de la alta clase política cuatroteísta y la preferencia en las encuestas de opinión.
A Marcelo y su equipo les parece que hay una gran disparidad en esta competencia interna. Y han expresado dos puntos de máxima discordia: a) las encuestas para designar la candidatura presidencial, ¿cuántas?, ¿con cuáles preguntas? y ¿cuáles serían las garantías que darían confiabilidad? Y b) las prontas renuncias de los precandidatos: ¿Marcelo tomó su decisión, la notificó y precipitó cena y convocatoria a consejo? ¿En este consejo se mandatará que los aspirantes renuncien, para no darle al canciller el bono de ser el primero o único en salir de manera temprana?
Luego que Ebrard ha presentado sus propuestas, el próximo domingo el Consejo Nacional morenista, bajo la presidencia de Alfonso Durazo, de larga confianza operativa de López Obrador, determinará las primeras líneas firmes en ese proceso delicado. Más allá de los detalles (un comité en el que participen representantes de los precandidatos, por ejemplo), se insistirá en que los competidores se comprometan a aceptar rigurosamente los resultados demoscópicos.
No sería la primera vez que ese tipo de juramentos fueran desconocidos por aspirantes a la hora de no emerger ganadores, pero en el caso de Ebrard un posterior rechazo a un resultado adverso lo colocaría en la tesitura de traición política que, por ejemplo, tanto se le ha restregado a Ricardo Mejía Berdeja.
Ya se verá, pues, si a Ebrard lo mueven convicciones que no llegarían a la ruptura o se está en presencia de un cálculo que busca estirar para romper y “justificar” el convertirse en candidato opositor. ¡Hasta mañana!
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