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Cultura

2023-06-03 06:00

Ahondan en la existencia del instituto de arte más significativo de Argentina

Marta Minujín y su obra La menesunda (1965).
Marta Minujín y su obra La menesunda (1965). Foto archivo Di Tella
Periódico La Jornada
sábado 03 de junio de 2023 , p. 4a

La onda expansiva del Di Tella, tal y como fue planteada, no era un movimiento cuyo big bang afectara a una disciplina más que a otra. En el teatro, por ejemplo, se desafiaban los moldes previos con puestas en escena que insertaban toda clase de visuales: fotografías, diapositivas, video y la tercera pared del teatro. Sus instalaciones artísticas fueron un acontecimiento para Buenos Aires, marchas en las que se rumoreaba que algo sucedía, aunque a la salida del instituto la pregunta permaneciera con la audiencia. Algunas veces el rumor consistía en obras hechas con materiales inusitados que promovían una aproximación futurística a los objetos (Julio Le Park.) Otro hito fue la obra/instalación La menesunda, de Marta Minujín en la cual una pareja convivía permanentemente en el lugar. El rumor de que habían practicado actos sexuales en su cama convocó multitudes curiosas.

La investigación del periodista Fernando García sobre el instituto Di Tella, que reúne testimonios de artistas de diferentes disciplinas y recopila valiosa documentación, folios y microfilmes minuciosamente salvados de las garras del tiempo por la universidad que lleva el mismo nombre, funciona como una metáfora de la historia de quienes fueron el núcleo creativo de este espacio situado en el centro porteño.

Siempre estuvo en la mira

Ambas fuentes dan cuenta de que el Di Tella siempre estuvo en la mira, tanto por la forma diferente de vestirse y andar de los artistas, que siempre encontraron una represión policial feroz, en dictadura y en democracia, como por los estilos “extranjerizantes” provenientes de otros países que representaban una amenaza al sentir patriótico conservador. Fueron estos mismos protagonistas quienes conservaron las fotografías, los cuadros y las anécdotas polémicas que escapan al marco de lo que se considera conveniente guardar en un archivo.

El tercer elemento sería el archivo periodístico, caudal de sobra para demostrar el opresivo ambiente cultural en el cual transcurrían las obras y presentaciones, no sólo porque los artículos dan cuenta de la vigilancia, la lupa policial ejercida sobre el instituto, sino también porque el subtexto de las notas es el tufillo moral de los escribas, disfrazado de crítica cultural.

La RAE define amuchado como una expresión de origen argentino y uruguayo: “Formar grupo apretado, juntarse. Se amucharon junto al fuego”. Esa palabra, utilizada para describir la forma en la que la gente se organizaba para vivir en conventillos, es también el impulso teórico que la troupe de los pops toma para llevar en diferentes direcciones lo que García denomina el Pop-lunfardo, el cual asumió figuras que ya eran populares y las canonizó por mano propia, un proceso que hoy parece algo gastado, pero que entonces significó el equivalente a las reivindicaciones warholianas. Amuchada fue también la pulsión arquitectónica de una ciudad que mezcló los delirios habitacionales de una clase acomodada con pretensiones de refinamiento, al lado del instinto de supervivencia de los trabajadores.

El Di Tella nació en la contradicción de ser un instituto dedicado a las vanguardias artísticas. El nombre se debe al apellido del dueño de los electrodomésticos Siam, que entre la fabricación heladeras y autos, significó un ascenso económico que hoy suena distópico en el imaginario popular. Ahora, esos enormes refrigeradores son en sí mismos objetos artísticos, recuerdos de una Argentina enterrada, pero en 1967 el altruismo de poner a una ciudad sudamericana en el torbellino multimediático de la vanguardia mundial fue una pretensión afortunada.

Los registros fílmicos, incluido un largometraje, fueron destruidos por el poder en turno, hoy las imágenes correspondientes al Di Tella son fragmentos mudos de un minuto, una fiesta beat, un happening, un grupo musical de melenudos de riguroso traje. Lo que si perduró es un listado de los filmes proyectados, reproducida en el libro por García, encabezada por Scorpio Rising, dirigida por el recientemente fallecido Keneth Anger. La película puede verse nítida en clave Ditelliana, que funde en su escena de apertura música del inocente Ricky Nelson con el tronar de una motocicleta y una campera de cuero vestida de forma estilizada, junto a una bota negra. Bajo esa perspectiva la chaqueta es algo más que un abrigo, más bien se convierte un fetiche, en el gesto desafiante de James Dean revisitado como acontecimiento artístico.

La sala del instituto tuvo entre sus grupos a dos de los más representativos del rock hecho en Argentina: Manal y Almendra. Los primeros conjugaron letras urbanas con música de blues-rock, por entonces todo un acontecimiento: “Caminamos una calle sin hablar / Avenida Rivadavia”. Aunque el verso no utilice el lunfardo, Manal podría ser génesis de otro subestilo, el lunfa-rock, una lírica de tango para la era del rock. La primera época de Almendra lleva impresa el sello de Luis Alberto Spinetta, onírico aún en la vigilia: “Ana no duerme / juega con hadas / tal vez mañana / despierte / sobre el mar, el mar”. Ambos grupos dieron cuenta de la influencia estética del instituto en sus portadas, y los dos comparten, entre otras cosas, una naturaleza post-beat, lo que significa letras en castellano, pero también una propuesta intencionalmente más intelectual que el mero yeyé. El despliegue sonoro también incluyó un laboratorio para audaces experimentadores que aún hoy están siendo redescubiertos, como el peruano César Bolaños y la colombiana Jacqueline Nova, bajo la supervisión de Alberto Ginastera.

En el libro de García, las erratas en los documentos, artículos y correspondencia se mantienen textuales, sumadas van hilando su propio relato, entre la urgencia epistolar y la velocidad de los tiempos, develando lapsus o desinformaciones que demuestran que esto sucedió en calles de Buenos Aires y no en el epicentro londinense de Carnaby Street.

Un video de YouTube subido a la web después de la publicación del libro funciona de epílogo no oficial, en él se registran los diferentes equipos de sonido del ingeniero Fernando Von Reichenbach, el audio en off cuenta: “Otro logro sensacional es la creación de un conversor gráfico que abre una puerta en la investigación musical. Permite manejar pitch, intensidad y duración en una representación gráfica. La imagen tomada por la cámara es reproducida en un monitor de tv convencional”. Un minuto después la cámara toma al ingeniero reproduciendo una cinta abierta, el video está a punto de terminar y permanece el eco de la cinta, que es un ruido polifónico y fantasmagórico.

Los 12 años del Di Tella, que abarcan entre 1958 y 1970, continúan reverberando en la cultura, se trate de los cómicos Les Luthiers o el extravagante escultor, músico y diletante Federico Peralta Ramos. Su final, provocado por un escrito anónimo contra el dictador Juan Carlos Onganía dentro de una obra, tuvo la misma cualidad que muchas de las expresiones desarrolladas en el instituto: ser producto de su época.

El libro se consigue en www.buscalibre.com.mx

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