La compositora finlandesa Kaija Saariaho murió la mañana de ayer en su casa de París, a los 70 años. Considerada una de las más extraordinarias creadoras contemporáneas, “la artista de las emociones profundas” sufría desde hacía un par de años de glioblastoma, un agresivo cáncer cerebral, informó su familia en un comunicado emitido a través de las redes sociales.
En 2012 fue distinguida en España con el Premio de Música Contemporánea de la Fundación BBVA Fronteras del Conocimiento. Fue autora de un centenar de obras, incluidas cinco óperas, ocho conciertos, música electroacústica experimental y piezas de cámara.
Siempre habrá en mi memoria y en mi oído interno un lugar especial para aquel puñado de experiencias musicales indispensables, irrepetibles e inolvidables. Entre ellas, muy arriba en la lista, está una representación de la monumental ópera L’amour de loin (El amor de lejos), con un texto sublime de Amin Maalouf, sobre una vieja leyenda medieval, en la que se tratan diversas aristas del amor, la distancia, los ideales, el sacrificio y, finalmente, la cruda realidad.
Fue en diciembre de 2016, en las tablas del Met de Nueva York, con una puesta en escena deslumbrante, cantantes de altura y una orquesta de primera, dirigida por Susanna Mälkki, compatriota de Saariaho y una de las mejores batutas de la actualidad. La impresión de esa función fue brutal, y se quedó conmigo durante un largo tiempo. Antes de esa noche había escuchado una docena de obras suyas, en las que encontré una música de cualidades confirmadas por la audición de la ópera: música poderosa, intensa, de una contemporaneidad inconfundible y plenamente asumida; a la vez expresiva y emotiva, y redactada con una técnica deslumbrante e impecable. Después de esa función, busqué, encontré y escuché numerosas grabaciones de otras obras de Kaija Saariaho, siempre para descubrir mundos sonoros nuevos, para quedar conmovido de una u otra manera.
El viernes murió Kaija Anneli Saariaho en París y el mundo ha perdido a una de sus voces musicales más poderosas. Y si ella fue profundamente elocuente en su música, también lo fue en sus palabras. La primera mejor manera de recordarla y aprender de ella es escuchar su música, mucha música suya, toda su música. La segunda es retomar sus palabras, no menos potentes que sus partituras. En diciembre de 2014 sostuve en Morelia una rica conversación con Saariaho, cuyo resumen apareció en estas páginas.
Ir más allá de lo ideado
He releído hace unas horas con nostalgia esas palabras suyas, y ahora rescato y retomo dos afirmaciones que me parecen especialmente pertinentes en el momento de su ausencia, de una compleja encrucijada cultural y musical en el mundo y en esta nación. Decía Saariaho, recordando las actividades de divulgación que solía desarrollar con sus condiscípulos cuando eran una banda de jóvenes idealistas:
–No creo que nosotros mismos hayamos podido medir las consecuencias porque apenas éramos estudiantes, pero resulta que fue un grupo bastante especial. Nuestra visión era muy clara y las limitaciones de nuestra vida musical en ese entonces también lo eran. Creo que el hecho de que queríamos traer a Finlandia cosas que sabíamos que existían afuera y organizarlas en nuestro país provocó muchos cambios más permanentes de lo que hubiéramos podido imaginar entonces. Y creo que algunas de las buenas ideas que tuvimos entonces son buenas hoy. Tocábamos música de Penderecki en un kínder y hacíamos conciertos en las prisiones. Llevamos música a muchos sitios distintos, y creo que es algo que debería seguir haciéndose.
Y ante una pregunta que le hice entonces sobre un tema que en estos meses ha explotado con inusual potencia, me dijo:.
–Creo que, si la humanidad ha de sobrevivir, la música también sobrevivirá, y estoy segura de que sobrevivirá sin la electrónica y sin las computadoras. La música es básicamente una expresión humana, y hoy abundan los que componen con computadora, y es muy interesante observar hasta qué punto se pueden programar las ideas musicales y qué tan lejos se puede llegar. Hoy día, de hecho, hay máquinas que pueden componer, así como hay máquinas que lo están haciendo todo en nuestras vidas, pero ello no quiere decir que no estemos dispuestos a hacerlo nosotros mismos o que no queramos comunicar lo que hacemos. Yo misma he escrito música con computadoras, y he pasado muchas horas sentada en salas de concierto en las que no hay intérpretes humanos, sino solamente máquinas. Y es interesante, pero es sólo una opción, y ahí está también la esencia humana. ¿Quién sabe lo que sucederá en el futuro? No puedo imaginar a la humanidad sin música.
El tránsito de Kaija Saariaho deja un hueco doloroso porque, sin duda, tenía todavía mucho por decir. Pero deja, también, un importante legado que es indispensable conocer para entender hasta dónde puede llegar la mejor expresión sonora de esta era tan atribulada y conflictiva. No es un dato menor el hecho de que el personaje musical más importante de Finlandia en las décadas recientes haya sido una mujer.