En la Ciudad de México, ciertos servicios públicos pueden pasar desapercibidos para muchos de sus habitantes. Es el caso del Programa de Medicina Integrativa de la Secretaría de Salud de la ciudad, cuyo origen, significativo, se remonta al inicio del proceso de democratización local, aun en curso, pues por muchos años su gobernante fue un “regente” designado por el presidente en turno, no un jefe o jefa de Gobierno elegido por la población.
El paso a un gobierno electo no fue fácil, pero lo antecedieron hechos tan relevantes como el movimiento social de 1968 y la respuesta ciudadana ante la parálisis gubernamental en el sismo de 1985. Cuando al fin en 1997 se estrenó la jefatura de Gobierno, surgió con ella la Asamblea Legislativa del Distrito Federal. Ésta contó en su inicio con la participación de médicos que tenían clara la necesidad de transformar el sistema de salud e impulsaron foros de consulta, donde la demanda de servicios de calidad, accesibles y diversos fue reiterada y explícita. Ello derivó en la incorporación del Programa de Medicina Integrativa (PMI) a la Ley de Salud de la ciudad en 2009. Operando desde octubre de 2011, el PMI ha tenido el apoyo decidido de dos jefes de Gobierno de la CDMX: al inicio y actualmente.
El PMI, aún insuficiente pero ya instituido, cuenta hoy con un centro especializado y cuatro consultorios periféricos. Ofrece servicios de fitoterapia clínica, acupuntura, homeopatía y masoterapia, como aportes diferenciales en un marco de salud pública, lejos de la mercantilización de la atención médica. El reclamo de servicios médicos de calidad, accesibles y diversos no es moda ni asunto folclórico. La diversidad de saberes implica no desperdiciar la experiencia de la gente. Su inclusión en los sistemas de atención a la salud no es concesión, sino necesidad, y esa diversidad se plantea a su vez en la ley recién aprobada del Conahcyt. Es un asunto de justicia, de salud pública, de ciudadanía. Y el PMI va en esa dirección porque denota una necesidad integral de cuidado.
La integralidad pretendida en el PMI no implica simplemente incorporar modalidades de atención, sino la integración proactiva de los pacientes y del personal de salud bajo tres referentes: a) la individualización diagnóstica, b) la diversificación terapéutica y c) la participación de grupos de pacientes con su médico más allá de la consulta, enfatizando en la determinación social de su salud. Esto es, reconocer la particularidad de cada paciente e instaurar, desde ahí, un tratamiento eficaz, seguro y accesible con modalidades de atención.
Con algunas similitudes, en la formación universitaria estadunidense, la medicina integrativa se ha entendido a su vez como “un enfoque de la práctica de la medicina que recurre a la mejor evidencia disponible para tomar en cuenta a la persona en su totalidad (cuerpo, mente y espíritu), incluyendo todos los aspectos del estilo de vida. Enfatiza en la relación terapéutica y recurre tanto a los enfoques convencionales como a los complementarios/alternativos” (Kligler y cols., 2004:521).
Toda medicina tiene aportes incuestionables y limitaciones evidentes. Así, el tema de los avances científicos y tecnológicos radica más en su accesibilidad que en su pertinencia. El tema de las modalidades no biomédicas de atención, incluidos los saberes de los pueblos y las medicinas complementarias, radica en reconocer y optimizar su potencial y su aporte diferencial desde una perspectiva de salud pública. Por ello importa precisamente individualizar el diagnóstico y diversificar la terapéutica en el marco de una sociedad que cuida las condiciones de vida de sus integrantes, ante el reduccionismo y la fragmentación actuales en la atención médica.
Si la salud es derecho ciudadano y no negocio, necesitamos construir más cuidadanía. Las instituciones de salud pueden contribuir a ello desde su diseño y operación. Hoy, la federalización de los servicios médicos en el país demanda claridad, no sólo en términos de cobertura, sino de causalidad y calidad. Demanda tareas sanitarias insólitas para algunos, pero esenciales: desmercantilizar, descolonizar y despatriarcalizar servicios e instituciones; demanda ciudadanía, diversidad de saberes, cuidado. Si estas tareas se toman de referentes técnicos en el rediseño de políticas sanitarias, tendrán traducción operativa y concreción. Ello implica redefinir a la salud como cuidado en sus niveles y alcances: individual, colectivo, ambiental, laboral, político, pues la sola atención no basta: a partir de ahí el cuidado requiere contexto, competencia, responsabilidad, seguimiento, disposición. Por todo eso, la diversidad de saberes y el cuidado son referentes necesarios en el replanteamiento actual de los servicios de salud pública.
Cuando tu única herramienta es un martillo, todo problema parece un clavo.
Victoria Maizes
* INAH