Tras el fracaso del gobernante Partido Socialista Obrero Español (PSOE) y de la formación en cogobierno Unidas Podemos (UP) en las elecciones autonómicas y municipales realizadas el domingo pasado, el presidente Pedro Sánchez decidió adelantar los comicios generales de España para el próximo 23 de julio. Con esta medida, el mandatario pasa a ser presidente en funciones y las cortes generales (Poder Legislativo) quedan disueltas hasta la conformación de un nuevo Parlamento.
Los resultados del fin de semana significan el casi seguro fin del gobierno de coalición entre el PSOE y UP, pero su trascendencia es mucho más honda por cuanto habla de una desintegración de la izquierda y el ascenso de la ultraderecha ibérica. El voto ciudadano dictaminó que la mayor parte de los territorios y las urbes más importantes queden en manos de un Partido Popular (PP) que no se ruboriza en pactar y cogobernar con los fascistas de Vox, mientras el centrista PSOE retrocede en todas las plazas y las muchas izquierdas, cuya principal formación es UP, ven desvanecerse el peso electoral que llegaron a tener.
Muchos factores concurren en esta derrota, incluido un españolismo intransigente que no perdona al Ejecutivo las alianzas tejidas con los independentismos vasco y catalán para formar gobierno en el contexto del sistema parlamentario. Sin embargo, no puede soslayarse como causal de la caída la falta de una visión programática entre las izquierdas, que en el lustro reciente han dedicado más tiempo a sus pleitos sectarios, la división y el cruce de recriminaciones internas que en ofrecer a la sociedad española propuestas para salir de los múltiples problemas que la aquejan.
Con esta actitud irresponsable, el centro y la izquierda han servido la mesa para el regreso de la derecha a La Moncloa, con la alarmante perspectiva de que el PP, de no lograr los escaños suficientes para formar gobierno en solitario, lleve sus pactos regionales con Vox al ámbito nacional. Que hoy España encare esta posibilidad es una muestra de que el orden posfranquista nunca fue realmente superado por la institucionalidad democrática, pues la pretendida transición quedó congelada mucho antes de desmontar las herencias de la dictadura.
Esto se explica por las inercias históricas y el arraigo del pensamiento fascista en amplias capas de la población, pero también porque las formaciones progresistas hispanas abrazaron la Constitución redactada bajo el planteamiento chantajista de que ir demasiado lejos en el diseño de un Estado democrático podía poner en marcha una nueva asonada a semejanza de la de 1936. En vez de plantearse la superación del régimen por la vía pacífica y legal, las izquierdas optaron por contemporizar con la corona, el gran capital, la clase política más rancia y el poder económico y mediático que dominan al país. La moderación mal entendida ha perpetuado las injusticias sociales y probablemente incida en un retorno de la derecha al poder gubernamental.
Este panorama español coincide con el desalentador momento europeo, que tiene a los neofascistas gobernando en Italia, a los más retrógrados neoliberales en Reino Unido, que ha permitido avances de la ultraderecha hasta hace poco impensables en el ámbito escandinavo y que mantiene latente la amenaza del Frente Nacional en Francia.