Dicen que el tlatoani le entregó al capitán el trono, la soberanía del “imperio”… 500 años de historia y de historiadores lo repiten. Lo cuenta así el Códice Florentino en la versión de Miguel León-Portilla: “Señor nuestro: te has fatigado, te has dado cansancio. Ya a la tierra tú has llegado. Has arribado a tu ciudad: México. Aquí has venido a sentarte en tu solio, en tu trono. Oh, por tiempo breve te lo reservaron, te lo conservaron los que ya se fueron, tus sustitutos. […] Como que esto era lo que nos habían dejado dicho los reyes, los que rigieron, los que gobernaron tu ciudad: Que habrías de instalarte en tu asiento, en tu sitial […] Llega a la tierra: ven y descansa; toma posesión de tus casas reales; da refrigerio a tu cuerpo. ¡Llegad a vuestra tierra, señores nuestros!”
¿Eso ocurrió realmente, tal como lo cuentan todas las fuentes? Los historiadores sabemos que toda historiografía está montada sobre la lectura más o menos crítica de autores anteriores. Y todas las fuentes originales de la llamada conquista están plenamente insertas en la tradición medieval salvífica, según la cual, “la Historia no podía ser otra cosa que el relato de las intervenciones de Dios en el largo camino emprendido por los hombres” que termina con la salvación (a partir de aquí, todos los entrecomillados y las buenas ideas aquí expuestas son del capítulo IV del recientísimo libro de Guy Rozat, Preliminares de la Conquista, en una pequeña editorial y con un reducido tiraje, al que las corrientes historiográficas dominantes condenan las demoledoras y brillantísimas ideas de ese pensador al que todos deberíamos leer para contrarrestar a Octavio Paz y León-Portilla, cuyos títulos eran –¿aún son?– obligatorios y se vendían por millones).
Así, los dos grandes ciclos de relatos “originales” están plenamente insertos en la tradición medieval, salvífica y escatológica (https://rb.gy/t1z8z), tanto los “cronistas de indias” (de Hernán Cortés a Bernal Díaz del Castillo) como las fuentes llamadas “de tradición indígena”, que como ha mostrado reiteradamente Rozat, son mucho más franciscanas y medievales que mesoamericanas.
Como ya hemos reseñado, toda la idea de los presagios y los presagios mismos repiten casi textualmente tradiciones medievales (“los presagios que nos reporta el buen Sahagún”), pero también es plenamente medieval (se hace reiteradamente en las narraciones de europeos cristianos enfrentando a no europeos o no cristianos) “el regreso de los dioses que antiguas profecías habían anunciado”, que en nuestro caso coincidió con la irrupción española. Esa profecía hace plausible el triunfo de 400 valientes y su esforzado capitán (nuevo Alejandro Magno) sobre un poderoso imperio, pues entregó sicológicamente al autócrata a los recién llegados (ni tan recién llegados: véase el capítulo 1 de mi libro https://rb.gy/q6j3e).
Y es que en la historiografía salvífica “la presencia de signos y profecías es absolutamente necesaria, porque son los signos visibles de la presencia de Dios actuando en el mundo”, y dan sentido divino a la cruzada cristiana contra “el imperio del demonio” (o sea, América, pero particularmente el inexistente “imperio” mexica. Esa identificación de la religión mesoamericana con el demonio sigue muy presente en el discurso racista y neoimperial que domina en la derecha española y la historia oficial de ese reino, como señalamos aquí hace 15 días).
En muchas plazas he repetido en los últimos dos años que la entrega del cobarde y pusilánime Motecuhzoma de la soberanía del imperio mexica a Hernán Cortés en su bello, poético, alado discurso del 8 de noviembre de 1519, nunca pudo haber ocurrido y carece de toda lógica a la luz de los acontecimientos subsiguientes (véase el capítulo 13 de mi libro citado). Pues ahora Rozat descuartiza punto por punto tan poético discurso (el del Códice Florentino) que muestra a Motecuhzoma como un rey y profeta bíblico, de pronto aterrorizado ante la verdad ya escrita a la que hay que someterse. Y Rozat hace que le preguntemos sobre Sahagún: “¿por qué inventa, por qué va tejiendo el buen fraile esta ficción? ¿Cuál es el destino del emperador mexica en el mundo cristiano? Evidentemente, el de la entrega pacífica del imperio”.
Entregadas las cosas que entregó, Motecuhzoma “desaparece casi totalmente” del relato, y a partir de ahí “es Cortés quien habla y decide” y quien detenta un poder “legítimo”, según la escritura franciscana (la falsa “visión de los vencidos”). Y es verdaderamente delicioso y divertido seguir a Rozat, verlo desmontar pieza por pieza, frase por frase, el discurso franciscano.
Ahora bien, ¿cuánta gente escuchó el notable discurso en que Motecuhzoma le dio a Cortés la ciudad, el solio, la soberanía? Y de quienes pudieron escucharlo, ¿cuántos lo escribieron?