Milenios de civilización, siglos de ilustración y décadas de emisión de la declaración universal de los derechos humanos no han impedido la irrupción, y en algunos casos, el crecimiento de aspirar y ser gobierno de movimientos retrógrados de ultraderecha, algunos francamente neofascistas. La igualdad de derechos y la equidad de oportunidades de los seres humanos, desde la propia concepción de las ideas, sigue siendo una grave asignatura pendiente.
Postular que la condición social, el genoma racial y el origen nacional son criterios válidos de distinción para poder disfrutar de los bienes de cultura y felicidad de este mundo, cuando debieran ser de acceso universal, es la principal bandera política de grupos informales y partidos políticos en países de los cinco continentes. Es la cosmovisión y el discurso de la ultraderecha.
Es atribuir los males de una sociedad a un grupo étnico, una nacionalidad específica, un credo en particular, en lugar de hacer un análisis ponderado del verdadero origen de las flaquezas y reivindicar las valiosas aportaciones de los segmentos vilipendiados. Los inmigrantes son, hoy en día, el principal blanco de los ataques de la derecha arcaica.
Se trata, desafortunadamente, de un fenómeno político en ascenso. Lo hemos visto en la capital misma de la ilustración, el humanismo y los derechos fundamentales de la mujer y del hombre, Francia. En las elecciones presidenciales de abril de 2022, la segunda candidatura más votada fue la de Marine Le Pen. Aún más, luego de la crisis de las pensiones, el propio presidente Emmanuel Macron ha advertido que quien ha capitalizado el movimiento de protesta es la líder de esa expresión neofascista, y no descarta que, en la próxima elección del 2027, sea la candidata triunfante.
La principal oferta de campaña de la ultraderecha francesa ha sido siempre cerrar las puertas a la inmigración de África y otras latitudes, sobre todo cuando el resorte del desplazamiento es la pobreza y la búsqueda de calidad de vida. Hoy la Francia liberal está muy cerca de que los postulados ideológicos de una fuerza política oscurantista se traduzcan en leyes regresivas y políticas públicas discriminatorias.
En Italia ya gobierna, desde octubre de 2022, una coalición encabezada por Giorgia Meloni y el partido de ultraderecha Hermanos de Italia. La nueva gobernante no oculta su admiración por Benito Mussolini y llegó al poder bajo la impronta “Dios, patria y familia”, coincidente en muchos aspectos con una sociedad patriarcal, en la que los derechos de la mujer y muchas conquistas sociales y de derechos humanos, sobre todo de inmigrantes, están sujetos a revisión.
En España, el movimiento Vox, encabezado por Santiago Abascal, no ha podido alcanzar el estatus de gobierno, pero tiene sus bases sociales entre grupos elitistas y su núcleo ideológico es abiertamente racista, sobre todo en la relación de la antigua metrópoli con las culturas originarias de Mesoamérica, a las que denuesta y percibe como beneficiarias de una cruzada reivindicatoria de una civilización superior.
Aquí, en el continente, y más concretamente en Estados Unidos, han iniciado las precampañas políticas, y en uno de los dos polos de poder, el Partido Republicano, la lucha por la candidatura se ha centrado en un discurso xenofóbico, abiertamente hostil hacia la inmigración proveniente de Latinoamérica y el Caribe.
El principal mensaje de campaña de los dos principales contendientes por la candidatura es endurecer las leyes, políticas y medidas administrativas contra la población inmigrante, como si esa fuera la panacea para lo que llaman el renacimiento de una nación invadida. En el caso específico del gobernador de Florida, Ron DeSantis, quien el pasado miércoles 24 presentó la documentación necesaria ante la Comisión Electoral Federal, ha postulado como principal insumo de campaña, la aseveración de que “revertiría lo que está haciendo Biden. Hay que cerrar la frontera. No se deben considerar solicitudes de asilo a personas que cruzan de forma ilegal”.
En el mismo tono, y sin mucha originalidad también anunció en su primer mensaje en redes sociales: “Cerraremos la frontera, construiremos un muro en la frontera. Haremos que los cárteles mexicanos rindan cuentas”.
No extrañan esas banderas, pues como gobernador de Florida envió a docenas de inmigrantes a Martha’s Vineyard frente a la costa de Massachusetts para llamar la atención sobre la afluencia de latinoamericanos que intentan cruzar la frontera entre Estados Unidos y México.
Durante su administración, DeSantis promulgó leyes conservadoras de alto perfil para limitar derechos de los inmigrantes a la salud, flexibilizar las normas sobre posesión de armas, restringir la educación sobre sexualidad e identidad de género en las escuelas, endurecer las reglas electorales y limitar el aborto.
En suma, las banderas de la ultraderecha seguirán ondeando en muchos lugares del mundo, incluidos los espacios antes llamados del mundo libre y capitales de la ilustración. Importa sobre todo, en el caso nacional y continental, que no crezcan y se conviertan en políticas de gobierno, las expresiones y las fobias antiinmigrantes en nuestro vecino del norte y principal socio comercial.
*Presidente de la Fundación Colosio