Existe suficiente información en los medios de comunicación en la que se describen las condiciones de vida de quienes ocupan la escala menor de trabajo a escala nacional: los jornaleros golondrinos. Así se les conoce porque se desplazan por centro y norte del país en busca de trabajo en los campos agrícolas más prósperos y donde en ciertas etapas de los cultivos se requiere mano de obra abundante a la que se le pagan salarios ínfimos.
Los golondrinos viajan con sus familias, y en el desempeño de sus labores participan en muchas ocasiones su esposa e hijos, la inmensa mayoría menores de edad. Esto último, a pesar de que está prohibido el trabajo infantil. Sus empleadores los hacinan en galerones en pésimas condiciones. El agua, que sirve para garantizar cosechas abundantes de productos de consumo exterior y del país, en cambio no es buena para cubrir las necesidades de estos cientos de miles de familias. Así, no debe sorprender que los niños sean los más expuestos a enfermedades que llegan a causarles la muerte, entre ellas la desnutrición, las gastrointestinales, el estar en contacto con los plaguicidas. Brilla por su ausencia la atención médica oportuna para ellos y sus padres. El sistema escolar, ausente.
Desde hace décadas los funcionarios saben del estado lamentable en que viven los jornaleros y sus familias. En Sinaloa, por ejemplo, trabajan por lo menos 200 mil jornaleros. Los acompañan unos 25 mil hijos con salud muy precaria por las condiciones desfavorables en que viven. Esto lo saben las autoridades de salud, del trabajo, del ambiente y de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos. Pero no ponen fin a tan injusta situación.
El problema se remonta a la década de 1950, cuando en el agro millones de hijos de ejidatarios que habían recibido un pedazo de tierra fruto de los repartos agrarios, ya no tenían empleo en sus comunidades. Migraban entonces en busca de ocupación. Documentó el fenómeno Rodolfo Stavenhagen en noviembre de 1966 en un seminario realizado en Guadalajara. Y como forma de resolver el desempleo en el agro, especialmente en el centro y norte del país, durante el gobierno de Luis Echeverría se impulsó un proceso de “colonización” de tierras en Tabasco, Veracruz, Chiapas, Campeche y Quintana Roo. Allí las había sin explotar agrícolamente. En ellas, aseguraron los funcionarios, lograrían los colonos abundantes cosechas y tendrían un satisfactorio nivel de vida.
Los frutos de esa colonización fueron desastrosos para las familias y para la naturaleza, porque el trópico posee condiciones climáticas y naturales muy diferentes a las de los orígenes de los nuevos ocupantes. Se destruyeron millones de hectáreas de selva y los colonos no vivieron en el Edén que se les prometió.
A la vez, las familias de los residentes tradicionales de Chiapas, Oaxaca, Guerrero y Chihuahua, por ejemplo, crecían también en número y sin tierra suficiente para laborar. Su migración al México agrícola próspero no se hizo esperar. Así ocurre durante los últimos 70 años hacia el centro del país, Sonora, Sinaloa y Baja California, por ejemplo. Igual las promesas incumplidas de las instancias gubernamentales para obligar a quienes los contratan condiciones dignas de trabajo: salario justo, alojamiento digno y protección social para los trabajadores y sus familias.
En el sexenio de Carlos Salinas, Luis Donaldo Colosio pugnó para que fueran afiliados al Seguro Social. No lo están aún y sus condiciones de vida siguen siendo terribles. Entre marzo y abril pasados, murieron en Sinaloa ocho hijos de jornaleros; 12 fueron hospitalizados. La causa: condiciones insalubres de los sitios donde viven, desnutrición, carencia de servicios médicos, violencia, abuso, explotación. En el colmo: los comedores donde proporcionaban alimentos a los niños fueron cerrados en 2020.
El Presidente de la República ha prometido que, al final de su sexenio, los mexicanos tendremos un sistema de salud tan bueno como el de Dinamarca. Una forma de mostrar que ese enorme avance está en proceso sería evitar que los hijos de los jornaleros mueran por desnutrición. Y hacer realidad el lema de “primero los pobres” con los jornaleros agrícolas y sus familias.