Recientes hallazgos arqueológicos y serias disquisiciones químicas y epidemiológicas han cambiado la idea que se tenía sobre la antigüedad del beso y sus consecuencias en el ser humano. Se daba por sentado que el ósculo se registró primeramente en India por ahí de 1500 antes de Cristo, y habría sido introducido a Occidente por Alejandro Magno. Ahora resulta ser mucho más antiguo. Se han descubierto vestigios de hace al menos 4 mil 500 años en Mesopotamia (en los actuales Irak y Siria, dos países donde probablemente se bese muy poco en estos días de guerras y prohibiciones islámicas).
Los investigadores daneses Sophie Lund Rasmussen y Troels Pank Arböll reportan en la revista Science (https://www.science.org/doi/ 10.1126/science.adf0512) que el beso, acto casi exclusivamente humano, ya se practicaba e idealizaba en los valles del Tigris y el Nilo hacia 2500 aC, echando mil años atrás los cálculos que ubicaban en un manuscrito indio de la Edad de Bronce el primer beso certificado.
Las investigaciones se centran en dos tipos de beso: el amistoso o paterno-filial, y el romántico-sexual que a todos nos encanta. Existen sociedades donde no se practica; lugar común es citar el “beso esquimal” de los pueblos originarios del Ártico, retratados por Robert Flaherty en Nanuk: el hombre del norte (1922). O por tribus de Oceanía y África subsahariana. Por lo demás, en el reino animal se besan los bonobos y otros chimpancés, probando quizás su cercanía evolutiva con el género humano.
Se acusa al beso de haber causado el contagio de enfermedades propias de los neandertales como el Metanobrevibacter oralis, sugiriendo besos y actos sexuales entre aquellos y el Homo sapiens, lo cual dataría los besos inter-especie unos 100 mil años atrás.
Hay besos nefastos, desde luego. El de Judas. El sucio del abusador y el violador. El platónico o ceremonial, cuando no se besan labios, sino sandalias o anillos, pies y manos. El beso casual de quienes se saludan en un bar. El beso a la rusa entre dos hombres, donde se puede inferir ausencia de deseo y aun afecto, mero “apretón de manos” boca a boca.
Nos interesa aquí el “romántico”, ese que desencadena tormentas hormonales y sensoriales entre quienes se los dan. Es asunto entre dos personas que se atraen, y vale hasta para los que se dan en el aire o se sugieren con eufemismos. Uno de mis favoritos es el beso no dado (anunciado) por Slim-Laureen Bacall al capitán Steve-Humphrey Bogart en Tener y no tener (Howard Hawks, 1944) durante la célebre escena del camarote donde la gacela deja prendado al marinero reticente: “Do you know how to whistle, don’t ya, Steve? You just put together your lips and blow”. El beso que no se da, origen sin duda ancestral de los suspiros. Antes de besar los humanos aprendieron a suspirar.
Vestigios hallados en Malta y las esculturas prehistóricas de Ain Sakhri (India) se venían considerando los besos más antiguos. Permearían el Kamasutra. En el Arte de amar de Ovidio formarían parte del arsenal de eros y sique. Bajo el imperio romano decorarían los baños de Roma y los muros en Pompeya.
El beso ideal abre la puerta al amor carnal. El beso ideal será consensuado, o no será. En parques y rincones, los adolescentes aprenden la delicia de probar y morder otros labios, los de la persona que les atrae y enamora. A todas las edades establece la declaración implícita del enamoramiento. Destapa las ganas y las intenciones. Un agasajo en gestación.
También ha determinado las primeras evidencias de contagios entre poblaciones diferentes. Ya dijimos del Neandertal. El herpes oral, o simple, tan antiguo como las civilizaciones, es el escarmiento del besador. Qué decir de las influenzas y las microbiosis respiratorias.
Que te cambio de chicle, te paso un sorbo de vino, te soplo el humo del toque. Contamos con variantes pícaras, como el “beso francés”, o el superorgásmico “beso de Singapur”. Los “besos robados” hoy son sospechosos de acoso y abuso, pero conservan cierto prestigio literario, del Renacimiento a las Afinidades electivas, de Goethe, o el Diablo en el cuerpo, de Raymond Radiguet.
El arte moderno sucumbió a su representación, y así nacieron los famosos y obsesivos ósculos de Rodin, Toulouse-Lautrec, Klimt, Chagall, Brancusi, los enmascarados de Ma-gritte, los lacrimosos de Lichtenstein. Con la fotografía clásica ocurre lo mismo. En cuanto a la cinematografía, pues qué decir. Los besos de celuloide fueron la universidad donde se graduaron los muchachos y las muchachas a lo largo del siglo XX. Para darnos una rápida idea, habrá que volver al inventario de besos prohibidos en Cinema Paradiso (Giuseppe Tornatore, 1988).
Voraces, discretos, tímidos, irresistibles, sorpresivos, inquietantes, inspiradores, embriagantes. Romeo y Julieta sellan su amor con un beso. En la poesía podría confeccionarse un manual de autoayuda con Bécquer, Machado, Salinas, Vallejo, Pessoa, Neruda, Paz, Cortázar y Consuelito Velázquez. A cada quien su beso. Y sus consecuencias.