A estas alturas, lo justo sería erigirle una estatua a Aki Kaurismäki, por lo menos en Helsinki. Activo desde principios de los años 80, el cineasta finlandés ha elaborado una filmografía de rara coherencia y singular uniformidad estilística. Quizá no haya otro realizador moderno con un estilo visual tan reconocible. Esencialmente, sus películas oscilan entre una profunda melancolía y un parco sentido del humor que brota en los momentos más inusitados, al abordar los temas de la soledad y la marginación social. Además, todo lo resuelve con excepcional concisión: sus relatos casi nunca rebasan la hora y media de duración.
Su obra más reciente –la vigésima–, Kuolleet lehdet (Las hojas muertas), se estrenó ayer en la competencia y es perfectamente ilustrativa de los valores mencionados. Se trata de una conmovedora historia de amor entre una mujer solitaria (Alma Pöysti) y un obrero alcohólico (Jussi Vatanen), cuya relación se construye sobre el desencuentro. Ambos se conocen en un bar de karaoke y empiezan a salir –los dos ven en un cine Los muertos no mueren, de Jim Jarmusch–, pero un número telefónico perdido o un accidente de tren provoca dicho desencuentro.
Sobre la marcha, Kaurismäki brinda su conocido gusto por la música sentimental –hay tangos finlandeses en la banda sonora, claro, pero también rocanrol, baladas y la canción epónima en los créditos finales. Asimismo, mediante carteles, rinde homenaje a sus cineastas favoritos, todos franceses: Bresson, Melville, Godard. Lo que sí es nuevo es la referencia a la actualidad: por la radio, los personajes escuchan noticias sobre los ataques rusos a Ucrania, con las bajas resultantes.
Amor, humor, melancolía, buenos sentimientos, crítica política y música en un solo paquete que dura 81 minutos. ¿Qué más se puede pedir? Yo le daría la Palma de Oro sin titubeos. La otra película en competencia se sitúa, me temo, en el otro lado del espectro. Dirigida por la austriaca Jessica Hausner, quien nunca me ha convencido, Club Zero (Club Cero) pretende ser una sátira social sobre una escuela para privilegiados donde la maestra de nutrición, la señorita Novak (Mia Wasikowska) impone a media docena de alumnos una dieta extrema que consiste básicamente en no comer, con fines saludables y ecológicos. Es, obviamente, una burla de los extremos de la corrección política, tan de moda en países como Estados Unidos.
Hausner dirige con mano pesada –ya lo dije, es austriaca– y su idea de transgresión es filmar a una chica que vomita y luego procede a comerse su propio vómito. Para mayor irritación, utiliza continuamente el sonido de unos bongós en la banda sonora.
A medio festival, cierta parte de la crítica se ha pronunciado de manera extraña a favor de Anatomie d’un chute, de la francesa Justine Triet, y May December, del estadunidense Todd Haynes. Pues en las calificaciones de la revista Screen son los únicos títulos que llevan acumulados tres puntos de un total de cuatro. La verdad, no es para tanto.
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