Tirios y troyanos, y más aún los enemigos de siempre que se escandalizaron, apostaban un brazo a que la ministra presidenta de la Suprema Corte, Norma Piña, no era la que había llamado al senador Armenta para recriminarle, claramente, su actuar respecto de la reforma al Poder Judicial que ella, la ministra presidenta, rechazaba.
Pero todos, o casi todos, podrían haberse quedado mancos. Norma Piña, la ministra, con cinismo y altanería desnudaba dudas y parecía decir: sí, fui yo ¿y qué? Los mancos se quedaron, además, fríos y mudos. El desplante de la ministra los obligó a quitar de la mira de sus cañones al senador Armenta, a quien ya tenían en su perol.
¿Por qué la ministra reconvino al senador? ¿Qué pasó en su cabeza? ¿Era tanto el coraje que a las nueve de la noche explota y sin medir consecuencias o abusando de la impunidad se va encima del poblano? ¿Por qué ese diálogo en el que ella va de la reprimenda a la discrepancia y luego al ofrecimiento de una disculpa hipócrita que acompaña con figuras de burla como si se tratara de una conversación en broma?
Ella, la ministra, sabía qué estaba haciendo (¿o no?), pero, ¿perdió la cabeza? ¿Fue bajo el influjo de la soberbia que cogió el teléfono y lanzó la reprimenda, o algo más le hizo perder el control con el que se supone actúan los miembros de la cúspide del Poder Judicial?
Para el Presidente de la República, que seguramente ya analizó el muy raro proceder de la ministra, y tiene claro que en esa tribuna, la Suprema Corte, se juzga desde la entraña, levantar un pleito judicial no parece ser muy ventajoso, pero por más que esto sea cierto, llamar a la impunidad nunca dará buenos resultados.
El senador Alejandro Armenta, como él mismo ha dicho, no responde a un entredicho privado, sino al atentado de un poder a otro, y se debe corregir, cuando menos, con un fuerte llamado de atención a Norma Piña. Un acto de contrición público que, por la misiva que ayer se hizo del dominio de los medios de comunicación, no sucederá.
Algo sucedió el miércoles pasado, ya entrada la noche, en las oficinas de la ministra Piña, que llevó a esta señora a establecer un diálogo imposible como el que ella sostuvo con el senador Armenta, y que aunque todos lo negaran, ella, con cinismo azul confiesa: sí, fui yo, sin temor a las consecuencias. Viva el Poder Judicial.
De pasadita
No es que uno quiera, pero la verdad se pasan, no tienen llenadera, diría YSQ. Nos referimos a Germán Larrea y su gang, ¿o debería decir grupo?
Mire, hace una semana, cuando este personaje, uno de los más ricos del país, que ya es decir, se reunió con el Presidente de la República allá en Palacio Nacional, poco se supo de lo que ahí sucedió, aunque todos pretendimos que se trataba de la venta de Banamex.
Y sí, según nos explicaron, se le dieron al empresario todas las facilidades para la adquisición de la empresa, pero se trató algo más, por eso las tres horas de pláticas, y por eso también lo dicho ahí se guardó con total sigilo.
Se trataba del camino ferroviario que cruzará del Golfo de México al oceáno Pacífico, es decir, de una parte importante, la que va de Coatzacoalcos a Medias Aguas, algo así como 120 kilómetros de los mil 500 de que consta el proyecto del corredor del istmo, fueron ocupados, que no expropiados, por la Marina, obedeciendo lo ordenado desde el Diario Oficial de la Federación.
Aunque el escándalo, que como ya se sabe, produjo la noticia entre quienes buscan atacar las decisiones de gobierno por cualquier cosa, estalló con alharacas que anunciaban expropiación. La gente del Grupo México guardó un perfil del prudencia, por decirlo de algún modo, que nos advierte que podría haber acuerdo entre las partes.
Sólo hay que recordar a quienes tanto critican que el proyecto va, nada más.