Gracias a la hospitalaria distancia que me brinda mi amigo Carlo, desde Nápoles, Italia, me atrevo a echar mi cuatro de espadas en el azaroso juego de definir la actual política del poder. Al menos, tal y como el Presidente la entiende y despliega.
Confieso que las disquisiciones a que ha dado lugar el dicho del mandatario de un corrimiento hacia el centro me parecen insustanciales. Si de lo que se trata es de hacer una categoría, habría que precisar el espacio, por así decir, de tal corrimiento; desde dónde y hacia el centro, pero por qué y para qué, es algo que no queda claro.
Si sus exegetas buscan una salida airosa a los despropósitos presidenciales, para salir al paso a lo que se ha dado en llamar polarización, bien harían en definir con precisión el tipo y la calidad de la política emprendida por el Presidente y su movimiento, prácticamente desde que comenzó el sexenio. Difícil calificar la política como de izquierda con base únicamente en las recurrentes apelaciones al genérico pueblo o a las interminables invectivas contra las élites.
Si, por ejemplo, vemos con detenimiento la política económica, no es difícil advertir su vaguedad, tampoco las grandes faltantes de la política industrial, y llama la atención la total renuncia a emprender una reforma tributaria, redistributiva a la vez que recaudatoria, lo que ha debilitado más al Estado, de por sí famélico, que cada vez resulta más incapaz de atender no sólo las necesidades elementales de la población, que no deja de crecer en edad y en número, sino que ahora recibe los impactos de una migración creciente, frente a la que la intervención del Estado es urgente para evitar una crisis social y humanitaria, como lo apuntara con claridad Mario Luis Fuentes hace unos días.
Junto a la crisis fiscal del Estado, que sigue su ominoso curso a medida que la economía no levanta ni genera recursos adicionales, se asoma la desfiguración de la programación pública, en particular del gobierno federal, pero de la que no quedan exentas las capacidades y finanzas de las entidades. El empobrecimiento del Estado y sus tres órdenes de gobierno redunda en el debilitamiento de amplias capas sociales, de los trabajadores menos protegidos y vulnerables, quienes conforman el inmenso contingente de la llamada economía informal convertida en tabla de supervivencia.
Seguir dejando entre paréntesis asignaturas como las mencionadas no dará fuerzas al gobierno y a su coalición ni permitirá seguir “jalando la cobija” para sus programas de transferencias a algunos de los grupos pobres y sin protección social. Esa manera de redistribuir escasos recursos ha afectado campos fundamentales para el presente y el futuro mexicano.
Sin ciencia, tecnología ni infraestructura adecuada, no sólo para atender las necesidades básicas de los mexicanos, sino para apoyar una economía abierta, México no aprovechará, como podría hacerlo, la relocalización. El nuevo empleo que puede visualizarse con estos cambios no está asegurado, depende de nuestra capacidad de recepción y absorción de esas y otras ventajas, de lo que no hay indicios. Mucha y buena educación y capacitación, aparte de esfuerzos para gestar una economía mixta centrada en la industrialización globalizada de México, son necesarias.
Si el Presidente y sus socios entienden por corrimiento al centro bajar el tono en sus invectivas y alusiones majaderas contra sus críticos, definidos como adversarios, habría que darle la bienvenida. Si algo necesitamos es diálogo y conversación, voluntad negociadora y disposición al acuerdo. Eso sí que sería una política de centro y constructiva. La cuestión radica en poner por delante el reconocimiento presidencial, y de todos los actores políticos, de que la democracia y sus políticas cuentan y deben ser bien público, sobre todo cuando lo que está en juego es el Estado. Eso es lo que el mandatario ha puesto en riesgo y los delincuentes han tratado de usufructuar.