En los países del mundo árabe se dice que Marruecos es tal vez el más occidentalizado de los que componen esta liga. En el extremo sur de España se encuentra el estrecho de Gibraltar, una franja de mar de 14 kilómetros que lo separa de África.
No sólo es una especie de puente entre dos países, sino entre un par de continentes y también dos mares: el Atlántico y el Mediterráneo. La fusión de tradiciones africanas y la influencia europea que llega a través de Gibraltar hacen de Marruecos un país que ejerce una especial fascinación en el visitante.
Marrakech, al suroeste de este país, ofrece una amplia oferta cultural; la infraestructura turística cuenta con una organización adaptada al turismo europeo: guías especializados en varios idiomas y vuelos desde muchas partes de Europa se ofrecen a precios accesibles. Su población es de un millón de habitantes; el casco antiguo de la ciudad fue declarado en 1985 por la Unesco Patrimonio de la Humanidad.
La mezquita Kutubía, construida en 1158, es un ícono y una de los más grandes e importantes del occidente musulmán. Su minarete resalta desde cualquier punto de Marrakech y el llamado islámico a la oración por altavoces sorprende a quien por primera vez visita un país con esta religión.
Desde altoparlantes repartidos por toda la ciudad se escucha la convocatoria a la oración, que puede ser entre tres y cinco veces en un día, según la variante del Islam; esta práctica es una de las obligaciones de todo musulmán y los rezos son siempre en árabe.
El paisaje humano no deja de ser interesante; en cuanto a las mujeres, hay una mezcla entre las que portan el velo islámico y las que no, sobre todo las más jóvenes.
Fuera del circuito turístico, es notorio que los restaurantes están frecuentados por grupos del sexo masculino o si acaso algunas parejas, nunca se ve una congregación de mujeres solas. La famosa plaza central, la Yamaa el Fna, es un espectáculo inigualable. La impresión que se lleva el visitante es que toda la vida gira en torno a este lugar de enormes dimensiones.
Como espacio cultural también la Unesco la declaró Patrimonio Inmaterial Cultural. Aquí se dan cita no sólo una inmensa oferta gastronómica o jugos de frutas frescas, encantadores de serpientes, pobladores en trajes típicos dispuestos a tomarse fotos con los turistas con la obligada propina –que ha de ser generosa–, danzantes, acróbatas y escritores, sólo por nombrar algunos.
Los lugareños invitan a visitar algún puesto de los mercados que rodean la plaza; Zoco, es el término conocido para este laberinto donde se corre el riesgo de perderse y no controlar el monedero. La atractiva oferta va desde artesanías, antigüedades, cerámica, alfombras, comida, especias o indumentaria. Con suerte, hasta algún actor de Hollywood camuflado puede encontrarse por ahí. Recorrer el Zoco recuerda la experiencia similar que inunda los sentidos al recorrer un mercado mexicano.
Alia Lira Hartmann