Lázaro Cárdenas no entregóel gobierno a un contrarioal proyecto político que impulsó como Presidentede la República.
En semanas recientes, el tema de la sucesión de Lázaro Cárdenas ha estado presente en los medios de información. Pocos han hecho un análisis objetivo de cómo y por qué se dieron las cosas como entonces se dieron. Otros, la mayoría, no han tomado en cuenta el contexto político de la época, las trayectorias e interrelaciones de personajes involucrados de diferentes maneras en aquella sucesión.
En la década que va de 1930 a 1940 las decisiones relacionadas con las sucesiones presidenciales no se tomaban en el partido político dominante como en los 30 años de tapados (1958-1988), ni en contextos como los que ahora se viven o mediante mecanismos de decisión públicamente adoptados (encuestas, tómbolas) en el partido oficial, Movimiento de Regeneración Nacional (Morena). En primer lugar, debe decirse que en los tiempos de la sucesión de 1940 se jugaba con cartas abiertas, a la vista del país, de la gente. En aquellos años, por cierto, ciudadanos con altos cargos en el gobierno, debían dejar esas encomiendas con un año de anticipación a la fecha de la elección y no seis meses antes como hoy establece la ley.
En los primeros meses de 1933, con vistas a la elección de 1934, Lázaro Cárdenas renunció como secretario de Guerra y Marina, y anunció públicamente su intención de buscar la candidatura del Partido Nacional Revolucionario a Presidente de la República, y lo mismo hizo el general Manuel Pérez Treviño, presidente del Partido Nacional Revolucionario (PNR). Ambos empezaron entonces a recibir adhesiones de gobernadores, senadores, diputados, grupos políticos, etcétera, que se manifestaron pública y abiertamente.
Esto sucedía en la época del llamado Maximato, el periodo en el que el general Plutarco Elías Calles, ex presidente de la República, era un factor real en las decisiones de poder en el país, que sopesó los alineamientos conforme se fueron dando y no interfirió la preferencia que iban expresando las diferentes fuerzas dentro del PNR.
En los últimos meses de 1938, Lázaro Cárdenas, Presidente de la República, invitó a los miembros de su gobierno, a sus colaboradores, y a que quienes tuvieran intenciones de participar en el proceso de renovación que culminaría en 1940, a dejar sus cargos en el gobierno para dedicarse libremente y de lleno a la actividad político-electoral.
No bien empezaba 1939, cuando salieron del gabinete presidencial los secretarios de Defensa Nacional y Comunicaciones y Obras Públicas, respectivamente los generales Manuel Ávila Camacho y Francisco J. Múgica, quienes anunciaron públicamente su intención de participar en el proceso interno del Partido de la Revolución Mexicana (que substituyó al PNR como partido del Estado) para elegir su candidato a presidente.
A partir de ese momento, empezaron a darse las manifestaciones de adhesión en desplegados en la prensa y otras formas abiertas de expresión. Así surgió, entre otros, el Grupo de Acción Política de Diputados y Senadores, que agrupaba a 77 de los 172 diputados federales y a la mayoría de los senadores, que se definió en favor de Ávila Camacho; por Múgica se declararon el presidente de la Gran Comisión del Senado y dos senadores más, así como el presidente de la Gran Comisión de la Cámara de Diputados; a finales de enero de 1939, la CTM, que encabezaba Vicente Lombardo Toledano, se pronunció por Ávila Camacho, y el 22 de febrero hizo lo mismo la Confederación Nacional Campesina (CNC), que presidía Graciano Sánchez; la mayoría de los gobernadores se inclinó en ese mismo sentido.
Un factor con peso en las decisiones políticas de todos los tiempos, y así era en los años treienta y cuarenta, han sido y son los jefes militares, sobre todo aquellos con mando.
El general Múgica gozaba del respeto de ese grupo, aunque escaso había sido su trato cotidiano con él, pues desde que formó parte del Constituyente de Querétaro en 1917, no volvió a tener vida militar, salvo un muy corto periodo en 1933-34 en que sirvió como Inspector General del Ejército, antes de hacerse cargo de la secretaría de Economía en diciembre de 1934.
Por su parte, el general Ávila Camacho había mantenido trato regular con mandos altos y medios del Ejército, desde que se incorporó a la Revolución y a la vida militar en 1914, y con mayor amplitud al desempeñarse como oficial mayor y subsecretario de Guerra y Marina, y como secretario de la Defensa Nacional, desde 1932 hasta el inicio de 1939. En esos años, además de cumplir con sus encomiendas oficiales, amplió y fortaleció amistades y relaciones en el medio militar.
Puede entonces verse que las fuerzas políticas oficiales se inclinaban más por Ávila Camacho: mayorías de gobernadores, jefes militares, diputados federales y senadores, con los respaldos que cada uno tenía, además de pronunciamientos de grupos diversos en los estados de la Federación; a lo que habría que sumar el peso de la CTM y la CNC, que constituían las principales fuerzas agrupadas dentro del Partido de la Revolución Mexicana.
No pretendió Lázaro Cárdenas imponer sucesor. Coincidencia política hasta el fin de su administración, la tuvo con Múgica y con Ávila Camacho, que fueron sus cercanos colaboradores. Amistad, tanto en lo personal como en lo familiar, tan estrecha con uno como con el otro hasta que faltaron, Múgica en 1954, Ávila Camacho un año después.
Lo que haya sucedido del primero de diciembre de 1940 en adelante, ya no estuvo dentro de sus responsabilidades políticas.
Lázaro Cárdenas no jugó al tapadismo ni fue él quien designó a quienes podían o debían aspirar dentro del partido oficial a sucederlo en la presidencia. Fue sin duda responsable, eso sí, de abrir el juego dentro del partido del Estado, y de aceptar, con plena convicción y tranquilidad de conciencia, la decisión que mayoritariamente manifestaban las fuerzas agrupadas dentro del PRM.
Cada persona juzga los hechos de la historia de manera particular, y todos deben merecer el respeto de los demás. En ocasiones frecuentes, esos juicios, cuando no están debidamente sustentados con argumentos del juzgador, corresponden más que a una visión objetiva de la historia, a intereses políticos personales y coyunturales, y me parece que esa ha sido la condición de varios de los juicios que en estos tiempos se han hecho de los acontecimientos de entonces.
Las sucesiones presidenciales de 1940 y la que culminará en 2024 no son comparables. Los procesos difieren diametralmente. Entre quienes hoy participan en el proceso de renovación dentro del partido del gobierno activa o pasivamente, no encuentro a nadie que pueda identificar con, o que pudiera representar en las circunstancias de hoy al general Francisco J. Múgica, o en su caso al general Manuel Ávila Camacho, ni menos a quien pueda acercarse en identidad o representación a Lázaro Cárdenas.