Tuve el privilegio de aprender el oficio del grabado y la estampación junto con Fernando Cortés Muñozcano, mejor conocido como Ferrus, auténtico pintor y grabador de oficio. Nació en 1963 el 23 de septiembre en la Ciudad de México, y murió el pasado 9 de mayo.
Desde muy joven, Ferrus se convirtió en un apasionado escritor así como lector de novela y cuento. Algunos de sus autores de cabecera fueron Voltaire, Jorge Ibargüengoitia y Arthur Rimbaud. Al mismo tiempo fue un gran devorador de cómics como La pequeña Lulú, entre otros. No es una coincidencia que haya sido irreverente, sumamente crítico y juguetón. Toda su persona, su vida y su obra así fueron.
Su acercamiento a las artes plásticas se inició dibujando cómics y practicó de forma constante la tinta y la acuarela. En 1986, a los 23 años, ingresó a la Escuela Nacional de Pintura Escultura y Grabado La Esmeralda. Pronto dejó el sistema educativo y empezó su periplo por diferentes talleres de grabado del país donde se dio cuenta de su verdadera vocación, convirtiéndose así en un noble y buen impresor.
Mediante la gráfica comenzó un periodo de experimentación y oficio, trabajando con artistas consagrados de la llamada generación de la Ruptura, como Gilberto Aceves Navarro y Alberto Gironella, así como con el pintor y grabador Saúl Villa, quien nos regaló, a principios de la década de los 90, los secretos de las técnicas del aguafuerte, aguatinta, azúcar, punta seca, además del arte de la impresión.
Fue sin duda alguna una de las figuras más controvertidas del medio artístico de nuestro país. Por un lado, fue muy apreciado por sus colegas y discípulos, debido a su rigurosa técnica y a su modo de enseñar, pero también por su agudo sentido del humor, que beneficiaba a unos pocos y agredía abiertamente a la mayoría. No sólo innovó en cuanto a la técnica, sino también en cuanto a la temática, siempre irreverente y de fuentes muy personales. Éstas provenían principalmente de diccionarios y enciclopedias, pero también de la farándula y, de manera más particular, del deporte. Su iconografía incorporaba a actores y actrices famosos, pero sólo los que para él eran más relevantes, como Marlon Brando, Elizabeth Taylor o Silvia Pinal; toreros como Manolete, futbolistas y beisbolistas, como Fernando Valenzuela, pero, otra vez, no cualquiera.
En 1987, siendo muy poco conocido, hizo un cuadro abstracto “a la manera” de lo que pintaban unos que siempre ganaban todos los premios, y lo inscribió a un concurso de pintura convocado por una farmacéutica, en el que, para sorpresa de todo el mundo, incluso los que siempre ganaban, obtuvo el primer lugar. En 1993 recibió la beca de Jóvenes Creadores que otorgaba el extinto Fondo Nacional para la Cultura y las Artes. En 1997 ganó el premio de la bienal de gráfica José Guadalupe Posada y de 2012 a 2014 perteneció al Sistema Nacional de Creadores de Arte.
Para no sentir su propio vacío, Ferrus no dejaba pasar ninguna fiesta o inauguración. Desordenado con su vida, pero auténtico y genuino con su obra gráfica, siempre cuestionó el presente y en cierto modo quería recuperar el pasado. Construyó a lo largo de muchos años su imagen que alimentó para sus necesidades personales, pero también para su público cautivo.
Invitado por el editor Rogelio Villarreal, conoció en Guadalajara a los moneros Jis y Trino, con quienes se sintió muy identificado, pero de regreso a México se hizo muy cercano a Luis Fernando y, de manera muy particular, a Manuel Ahumada. Varios artistas, pintores y grabadores reconocen su influencia y enorme originalidad. Descansa en paz, amigo y querido Ferrus.