En Tapachula, los migrantes que hacen filas frente a las oficinas del Instituto Nacional de Migración (INM) y la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (Comar) reciben todos los días la oferta de “viajes seguros” hacia el centro o el norte de México.
Comisionistas de rutas de autobuses que no pertenecen a líneas regulares, y que en la frontera sur conocen como “los tijuanos”, recorren las filas afuera de y entregan volantes que ofrecen viajes a una veintena de destinos.
“Llámame si te animas, te llevamos en taxi allá al centro, a cortos recorridos”, insisten a los migrantes mientras anotan en los volantes teléfonos celulares y direcciones de las terminales de las cuales parten.
Los costos son menores a los de las compañías regulares: viajes a Tijuana tienen una tarifa de 2 mil 500 pesos y a la Ciudad de México o Oaxaca por mil 500.
Escenas como la siguiente se repiten en las filas donde los indocumentados esperan, en vano, un permiso de tránsito:
Un hombre se acerca a la fila, entrega un volante y de viva voz ofrece viajes “seguros”: por la ruta de Oaxaca, dice, “no hay retenes”. Para dar mayor confianza asegura: “Trabajamos con uno de migración, José Hernández, un gordote”.
Frente a los ofrecimientos, los migrantes toman los volantes, escuchan las instrucciones y callan.
Más tarde, ya sin migrantes presentes, uno de los comisionis-tas acepta responder algunas preguntas:
–¿Cuántos autobuses, de cada diez que ustedes mandan, son detenidos por Migración?
–Entre tres y cuatro. Ya sabe, todo mundo toma su riesgo. A veces hasta nuestros choferes les quieren robar, les piden más dinero a medio camino, pero la empresa los despide. Hace poco corrieron a uno en Monterrey.