Ciudad de México. El drama puede esperar. El primer duelo de la semifinal entre Tigres y Monterrey quedó en suspenso. Durante un partido sin tregua, los clubes del norte dejaron el marcador 1-1 en el estadio Universitario y definirán en la vuelta al finalista en cancha de los Rayados, el sábado 20 de mayo.
Todos los goles lastiman a quien lo recibe, pero cuando éste es disparado por el mayor adversario, lleva una carga de amargura adicional. Ese sabor horrible le quedó a Tigres con el primer tanto que recibió en la serie semifinal ante Monterrey.
Sobre todo cuando ese gol fue una mezcla de picardía y técnica depurada. Un tiro libre que sorprendió al portero Nahuel Guzmán. Maximiliano Meza amagó con un centro de rutina, pero lo que en realidad hizo fue sorprender al guardameta felino, quien tuvo que saltar hacia atrás para manotear la pelota, que le jugó la mala pasada de picar tras la línea de cal al minuto 34.
Una verdadera afrenta que Rayados se metiera a la cancha de Tigres para dejarlos maltrechos. Los universitarios respondieron al volver de los vestidores. En esa pausa se refrescaron o les dieron la regañada más instructiva de sus vidas porque regresaron para hacer lo que no podían en la primera parte.
Una acción entre el olfato de Javier Aquino, quien mandó una diagonal que nadie pudo desviar en su trayecto, y la destreza incuestionable de Sebastián Córdova para definir con una zurda envidiable al 49 y así igualar el duelo.
Este enfrentamiento no era como cualquier partido de temporada. Un clásico regiomontano por sí mismo tiene el suficiente arraigo y pasión como para interrumpir la vida cotidiana en la sultana del norte. En una región donde la civilidad exige presentarse con la filiación de Tigres o Rayados, estos duelos exigen la cancelación de cualquier vínculo que no sea la rivalidad intensa.
Pero si el clásico además se disputa para avanzar a la final, entonces adquiere las dimensiones de una lucha por el honor que quedará fija en la memoria de los aficionados.