Tapachula, Chis., Son más los migrantes que se van, evadiendo los retenes y con todos los riesgos que hacerlo implica, que los que se quedan a la espera del permiso prometido.
“Más que una estrategia dilatoria, hay un desorden”, dice un ex empleado que conoce las tripas del Instituto Nacional de Migración (INM).
“Están dando palos de ciego. Sus funcionarios dicen el lunes una cosa y el martes otra; en Tuxtla Gutiérrez afirman algo que contradicen en Tapachula, no hay coherencia alguna.”
El desorden evidente con el que se atiende –es un decir– la crisis humanitaria en Tapachula y sus alrededores da sustento a sus palabras.
Pongamos el caso del punto de control migratorio que lleva el nombre de Viva México, en el comienzo de la carretera costera, a siete kilómetros del centro de Tapachula.
A mediodía, los terrenos antes de llegar al puente bajo el cual trabajan los agentes migratorios está repleto de grupos de migrantes que se pelean la sombra de los árboles. Hay de más de 10 nacionalidades, de todos los colores y sabores, a la espera, ¿de qué?
De un permiso para cruzar México, país en el que la mayoría no tiene ningún interés de quedarse.
En ningún momento informan que se ha cerrado toda posibilidad de una autorización para cruzar México rumbo al norte.
Cerca de la una de la tarde, cuatro agentes –tres hombres y una mujer– se acercan a un numeroso grupo de migrantes que esperan noticias. Algunos están aquí desde el viernes, luego de que se cerró el centro de atención provisional en Tapachula.
Los desesperanzados rodean a los agentes. “¡Lydia Rodríguez!”, grita el oficial. Se oye algún otro nombre. Los migras se percatan de que se les graba y suspenden todo. No explican nada ni responden preguntas.
Llega un autobús TuriStar y luego otro. Ahí subirán a los migrantes que acepten ir a Tuxtla Gutiérrez –al menos eso les dicen– y dejar sus teléfonos celulares en el maletero (no vaya a ser, uno supone, que puedan avisar que en realidad los conducen a la frontera).
A unos 100 metros del terregoso espacio donde aguardan los migrantes, bajo el puente hay un montón de bolsas con agua y galletitas, pero no serán entregados a menos que usted esté en la lista y a punto de subirse al camión.
“No tenemos ni agua ni nada”, se lamenta una joven.
El coro de quejas y preguntas es como el río de la diáspora: las voces se sobreponen y no cesan.
“Solamente en Panamá nos trataron bien”; “no, a mí en Costa Rica”; “Guatemala es lo peor”; “¿es cierto que esto le pidió Biden a… cómo se llama… Ebrard, sí, el mexicano que maneja todo esto?”; “sólo queremos avanzar, no nos queremos quedar aquí”.
Hasta un joven de Eritrea, que sólo habla árabe, participa en la discusión mediante una aplicación de su celular.
Antes de llegar a Viva México, este diario se topa con tres familias venezolanas que, como muchos más, decidieron arriesgarse sin permiso. Caminaban por el libramiento de Tapachula y se encontraron con una solitaria agente del INM, acompañada de policías municipales. Les hizo seña de que se acercaran y la ignoraron. Apretaron el paso: “Qué bueno que nos tomaron foto, por eso es que no nos jalaron pa’allá”.
La escena se repite en todas las salidas de la ciudad, todo el día, a todas horas.
A unos kilómetros de Viva México hay unos edificios vacíos. La célebre, por temida, estación Migratoria Siglo XXI, con capacidad para “alojar” a poco menos de mil migrantes.
Como el resto de las cárceles llamadas estaciones, ahora está vacía. Unas vallas amarillas inservibles y una carpa son todo lo que se mira desde fuera. Es uno de los secretos mejor guardados del INM porque rara vez periodistas o defensores de migrantes podían entrar ahí.
La periodista estadunidense Belén Fernández fue una de las pocas, gracias a que fue detenida por andar en Tapachula sin papeles en regla. Su experiencia, aunque breve, le dio para escribir un pequeño libro (Inside Siglo XXI), en el que describe las condiciones de la estación migratoria en plena tercera ola de covid.
Fernández conoció ahí dentro a muchas mujeres que habían sufrido todo tipo de vejaciones para llegar a Tapachula desde Sudamérica. Y por eso destaca en su libro que varias veces escuchó la frase: “De aquí voy a salir traumatizada”.
También cuenta que cuando le preguntó al agente de Migración si adentro las personas estaban utilizando cubrebocas, la respuesta fue una mirada burlona: “‘Tú puedes usar la tuya’… Entre cientos de caras frente a mí, no había una sola mascarilla a la vista, aunque sí había mucha tos”.
Una de las respuestas gubernamentales para tapar el pozo después de la muerte de 40 migrantes en un incendio en Ciudad Juárez fue vaciar todas las estaciones migratorias.
Se fue con ello un jugoso negocio.
Los agentes del INM asignados a la estación conocida como La Mosca, en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, aprovecharon hasta el último minuto. A cada migrante liberado –había 600 a la hora que llegó la orden de abrir puertas– le sacaron de 2 a 5 mil pesos, según cuenta una ex empleada del instituto. Algunos sobrevivientes de Juárez han contado que estaban encerrados porque no pudieron pagar los 2 mil pesos que les pidieron.
Al parecer no tuvo mucho éxito la “limpia” que el todavía titular del INM, Francisco Garduño, presumía un mes antes del incendio en Juárez, cuando dijo haber echado a 2 mil 400 funcionarios (“he despedido”, fue su expresión).
A la orilla de la carretera se miran un montón de mujeres, niñas, hombres, jóvenes, con los zapatos gastados, sudorosos y sedientos. Eso ve cualquiera donde los corruptos –del agente migratorio al taxista que les cobra el doble– ven una mina de oro.
¿Qué no dan permisos? Una venezolana muestra el que le dieron a una amiga suya, en foto: le conceden tres días para dejar el país. Ni la burla perdonan.
¿El flujo migratorio va a la baja, como dice el canciller Marcelo Ebrard? ¿Es suficiente la amenaza del Título 8, cárcel a reincidentes, para desalentar a quienes han emprendido el camino al norte? ¿Qué sigue en la crisis migratoria?
Los informes que comparte personal de consulados centroamericanos dan una idea distinta a las versiones oficiales. Aquí, un fragmento de un audio compartido por un empleado consular: “El viernes llegamos a esa zona de Esquipulas, creo que es Agua Caliente, y muchísima gente ingresando por esa frontera entre Guatemala y Honduras. Ahí vimos a la Cruz Roja Internacional, vimos a la Acnur y a la OIM, con campamentos. Se ve que hay muchísimo movimiento de gente. La ciudad de Esquipulas, donde está el Cristo Negro, estaba full de gente que va hacia el norte. Para que sepan que por esa frontera y por muchas más debe estar entrando mucha gente”.