Tod@s andan de gira, haciendo su luchita. Piso parejo, se dice en el discurso oficial mañanero, pero las realidades son bastante disparejas.
Claudia Sheinbaum continúa su campaña de fin de semana con aire de virtual candidata designada, atendida por las máximas autoridades morenistas de cada lugar y con público y festejos muy armados; Adán Augusto López Hernández también viaja y exprime la ventaja de ser percibido como carta alterna, de posible crecimiento, pero sólo para ser utilizable en caso de emergencia, mientras Marcelo Ebrard batalla por disimular lo que ya es más que incomodidad, la sensación de que la decisión suprema ya está tomada y a él sólo le han dejado el papel de una rebeldía interna controlable.
Hoy, las preguntas no se refieren a si hay o no favorita y si habrá o no una encuesta confiable, sino al rol que en este juego de apariencias le ha tocado y le podría seguir tocando al nervioso secretario de Relaciones Exteriores (aún) o si, por el contrario, el hilo Marcelino podría llegar a reventar y pasar a otro carrete, lo cual provocaría la ira política de la llamada 4T.
La senadora panista Lilly Téllez ha decidido asociar su pretensión presidencial de 2024 con la etiqueta de una “derecha moderna”. Ya lo había planteado en un discurso en Aguascalientes y ayer lo confirmó mediante una videograbación puesta en las redes sociales.
La tentativa de producción ideológica que leyó ante cámaras la ex presentadora de noticias de Televisión Azteca perfila como consecuencia el constreñimiento del segmento social que podría apoyarla en 2024, pues mientras el resto de aspirantes a la postulación presidencial, en Morena y los demás partidos, hacen esfuerzos por ampliar su base social, por mostrarse incluyentes, Téllez ha decidido atrincherarse en la franja de la ultraderecha, en el mismo carril de estridencias retrógradas que en España ocupa Vox, con Santiago Abascal, y en Latinoamérica otros personajes igualmente estrambóticos.
Peor aún: el boceto mexicano de ultraderecha renacida carece de congruencia y credibilidad (¿lo aplaudirán Gilberto Lozano desde la empresarial Frena o Eduardo Verástegui desde la trumpista Acción Conservadora, o el cardenal jalisciense Juan Sandoval?), pues el historial periodístico y político de Téllez ha pasado por el tono servicial ante los poderes priístas, el oportunismo sin sonrojo al ser candidata senatorial por Morena y su refugio, con furia del converso, en Acción Nacional al que, junto con el calderonismo, ella había repudiado a plenitud. Y ahora transita de esa derecha fofa, la de Marko Cortés y Santiago Creel, a la ultraderecha, en espera de próxima estación electoral e “ideológica” de paso.
Por cierto, recuérdese la escena de la entonces conductora de TV en una sesión organizada por José Carreño Carlón, quien de 1992 a 1994 fue director general de Comunicación Social y vocero de la administración de Carlos Salinas de Gortari. Carreño también fue director del Fondo de Cultura Económica y, para celebrar los 80 años de esta editorial, organizó una serie de entrevistas que el 14 de agosto de 2014 tuvo a Enrique Peña Nieto ante León Krauze, Pablo Hiriart, Ciro Gómez Leyva, Pascal Beltrán del Río, Denise Maerker y la citada Téllez que, celebrando que se hubiera aprobado la reforma energética, le soltó con mirada profunda y tono inquisitivo al entonces ocupante de Los Pinos: “... yo me preguntaba, ¿cómo usted, señor Presidente, se arriesgaba a apostar todo su capital político, cómo se arriesgaba a que se le fuera a llamar hasta antipatriótico al proponer la reforma energética? ¿De dónde sacó el valor, qué fue lo que lo animó, cómo apostó todo, señor Presidente?” (https://bit.ly/3O9Xuaj). Durísima, implacable, era desde entonces la “derecha moderna”.
Y, en tanto la fiscalía de Gertz Manero y la Presidencia de la República esclarecen el tema del presunto arreglo con Emilio Lozoya Austin para que con el pago de 10 millones de dólares quede todo saldado, Odebrecht y Agronitrogenados, ¡hasta mañana!
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