Es natural que se produzca una repulsa en México a las groseras pretensiones intervencionistas del senador republicano John Kennedy, quien llegó a decir ante la directora de la DEA que, si no fuera por Estados Unidos, en nuestro país se estaría comiendo alimento para gatos y viviendo en una casa de campaña.
El alegato de Kennedy corresponde al supremacismo invasor que cree posible poner la fuerza económica del imperio por delante en cualquier tipo de discusión o negociación entre naciones. Al estilo de don Vito Corleone en la clásica novela de Mario Puzo, El Padrino, el senador mencionado consideró que al presidente Andrés Manuel López Obrador y a México en general se les podrían hacer “ofertas” que no pudieran rechazar, para que se aceptase la acción militar gringa en territorio mexicano contra los cárteles del crimen organizado, con el tema del fentanilo como principal causa bélica.
Claro es que Estados Unidos puede golpear severamente a México, y provocar desestabilización, con tan sólo cerrar la frontera unos días y por cualquier motivo (aunque las consecuencias económicas fueran para ambos lados) o mediante golpes financieros selectos. Pero el imperio no es el de antes, entrado ya como está en un declive largamente anunciado, con un proceso de desdolarización en varias economías nacionales e inmerso en desventaja en un rediseño mundial, frente a Rusia y China.
Sin embargo, México aún es útil para las campañas electorales de Estados Unidos y en ese contexto afilan las críticas y aceran las maniobras los grupos en pugna. Se multiplican las “exigencias” de mano dura contra México, de presión fuerte para que se acepte el ingreso de fuerzas armadas estadunidenses para combatir a los grupos criminales, sobre todo los que introducen fentanilo al país vecino, directamente Los Chapitos, aunque la narcocartelera principal debiera tener otros nombres, como el nunca capturado y siempre discreto Ismael Zambada, El Mayo, jefe histórico del cártel de Sinaloa y sus varias recomposiciones.
El presidente López Obrador está frente a un escenario muy complicado en lo general, y en particular en cuanto al tema migratorio, agravado por el fin del Título 42, la reanudación del desplazamiento hacia Estados Unidos y la lamentable ratificación de México como crítica sala de espera para expulsados de la nación de las barras y las estrellas.
López Obrador mantiene la retórica nacionalista y se asigna decisiones polémicas (como enviar más elementos de la Guardia Nacional al sur, un fortalecimiento del papel de Migra 4T), aunque la realidad muestra que tiene muy poco margen de acción frente a la realidad geopolítica que le lleva a aceptar irremisiblemente la lógica y las políticas de Washington.
Otro tema: en el barullo que se ha armado en relación con la Corte, la elección por vía popular de sus miembros y la eventualidad de un juicio político contra los actuales, vale desbrozar un poco: sólo una mayoría calificada en 2024, como la que AMLO promueve, permitiría modificar la Constitución y remover a los actuales ministros para elegir a otros (Ernesto Zedillo lo hizo a finales del diciembre, cuando tomó posesión de la Presidencia, negociando con los salientes jugosas compensaciones al retiro).
Dicho de otra manera, ni las iniciativas legislativas para elección directa de ministros ni la hipótesis del juicio político tienen destino eficaz en la actual relación de fuerzas en el Congreso. No podrían aprobarse tales iniciativas sino hasta 2024 (en septiembre de ese año AMLO enviará la relacionada con la elección directa), si la alianza 4T obtiene mayoría calificada. Por lo pronto, es una productiva bandera electoral. Y para recordar: el “golpe” zedillista fue convenido, pues la resistencia de los desplazados podría haber significado costos políticos, jurídicos y laborales.
Y, mientras Carlos Slim estuvo ayer a comer y platicar durante tres horas con el presidente de la República, ¡hasta el próximo lunes!
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