En el Antiguo Colegio de San Ildefonso y en el marco del centenario del nacimiento del movimiento muralista, del 9 de septiembre de 2022 y hasta el 30 de abril de este año se presentó la exhaustiva exposición Vlady: Revolución y disidencia. Los especialistas en su obra, los curadores Claudio Albertani, Araceli Ramírez Santos y Oscar Molina Palestina articularon la muestra en cinco ejes curatoriales: Revolución y disidencia, Vlady íntimo, Pasiones artísticas, Muralista y Poder y violencia.
Vlady, virtuoso en la pintura y en el grabado, se convirtió en un artista fuera de serie. Nació en Rusia como Vladímir Víktorovich Kibálchich Rusakov. Para hablar de él es inevitable mencionar a su padre, el poeta bolchevique Víctor Serge. La historia del papá es interesante. Voy a apuntar algunos datos relevantes: nació en Bélgica en 1890, hijo de una pareja de exiliados rusos. Ahí creció y se afilió al anarquismo y estuvo preso, como muchos de sus compañeros, algunos de los cuales fueron condenados a muerte. En 1919, entusiasmado por la revolución, viajó a Rusia por primera vez en su vida. Ahí se casó con Liuba Russakovich, que trabajó brevemente como asistente de Lenin y en 1920 nació su hijo Vladímir. Posteriormente vivió en Alemania y en Austria, donde conoció a Trotsky y a Gramsci, entre muchos otros opositores del estalinismo. Regresó a Rusia, donde estuvo encarcelado en más de una ocasión. Finalmente logró huir a Europa occidental y en 1940 terminó en Marsella, donde coincidió con el fundador del surrealismo, André Breton. Junto con Breton, el antropólogo Claude Lévy-Strauss y su hijo Vlady zarparon en un barco hacia México.
Luego de su largo cruzar por varias fronteras y de un breve periodo en París, Vlady comenzó a interesarse en el arte moderno cuando entró en contacto con el surrealismo a través del pintor cubano Wifredo Lam y del automatista francés André Masson y, posteriormente, a través del propio Breton. Cuando finalmente llegaron a México, Trotsky, quien era uno de sus principales contactos, ya había sido asesinado. No obstante, Serge y el joven Vlady se insertaron fácilmente en la intelectualidad mexicana y éste logró hacer su primera exposición en 1945, en el Instituto Francés de América Latina. Como es de sobra conocido, Vlady, junto con muchos otros refugiados europeos, como Wolfgang Paalen –amigo de su padre–, los españoles Remedios Varo, Josep Bartolí y Vicente Rojo, fueron fundamentales en el desarrollo del arte moderno mexicano de la posguerra.
Dibujante incansable, durante su vida viajó por todo el país acompañado de su libreta de dibujo, en la que plasmó miles de apuntes de todo tipo: paisajes tropicales, montañas, volcanes, indígenas y la vida cotidiana de ese entonces. Dejó más de 500 cuadernos, de los cuales un centenar se pudieron apreciar en las vitrinas de la exposición Vlady: Revolución y disidencia.
El haber sufrido censura en algunos de sus proyectos murales no le impidió alejarse de este formato y en 1973, en la Biblioteca Miguel Lerdo de Tejada, realizó un extraordinario megamural tridimensional, en paredes y techos por igual, donde plasmó de forma prodigiosa sus obsesiones, ideología y portentosas técnicas y sentido del color.
En 1991 tuve la oportunidad de trabajar como editor de varios grabados suyos, sobre todo de una carpeta de nueve piezas eróticas. Vlady me propuso que sacara dos copias finas en papel de algodón de cada placa de cobre que tenía y, sin saber, a la semana siguiente llegó al taller con 300 placas, ¡y me dijo que sólo era una parte! Si el taller sacaba dos copias, el total de copias serían 600, lo cual me implicaba seis meses de trabajo, comprar el papel y bloquear el taller a los demás artistas que también estaban trabajando en ese momento. Recuerdo que decía que el aguatinta era para los flojos, y que con el entramado y atacado del aguafuerte debes lograr los claroscuros, que en Rusia al hacer un grabado “a la calva”, es decir, cuando se ataca el ácido sin barniz, se producía lo que llaman en su país “el buco”: un gris muy extraño al momento de la impresión, lo que a Vlady le gustaba y le parecía muy interesante en sus grabados. Autodidacta incansable, la muestra lo consagra para la historia plástica, sin exagerar, como uno de los mejores pintores y grabadores del siglo XX.