Nuestros criterios de evaluación se han perdido o han extraviado sus coordenadas básicas, las que dan sentido a nuestras evaluaciones y, en su caso, propician la búsqueda de alternativas. Sin criterios explícitos o borradores de alternativas, no puede haber deliberación ni participación creativas, sino mera repetición de creencias que inundan los territorios de racionalidad y sentido común, indispensables para tener buenas políticas de los gobiernos o del Estado.
Volar “por instrumentos” puede resultar viable, pero no por mucho tiempo. Menos en el caso de la política económica que tiene que realizarse en tiempos de crisis, como los actuales. Obstinarse en objetivos que no guardan correspondencia alguna con el contexto o la coyuntura puede derivar en estruendosos fracasos cuyas consecuencias dañan al conjunto social y dan “rienda suelta” a tendencias disruptivas del orden político y económico pudiendo llegar hasta una crisis orgánica, de la que hablaba el gran Gramsci.
El Presidente anuncia que no habrá crisis financiera en su mandato; de haberla, asegura, será en 2025 y llegará del norte, de Estados Unidos. Bienvenidas las profecías siempre y cuando no empañen la realidad nuestra de cada día,llena de carencias e insuficiencias.
Con todo y los autoelogios a que se ha dado el secretario de Hacienda, dedicado a combatir “leyendas” sobre el desempeño gubernamental en materia económica, no es posible soslayar el triste panorama económico y social del México actual. La economía apenas ha crecido y los grandes números de la pobreza no parecen haber disminuido. La desigualdad sigue aferrada a la estructura social y el cúmulo de transferencias para los grupos pobres no altera la injusticia social que nos marca.
Me llama la atención que una de las leyendas que el secretario considera necesario combatir sea la referente a la inversión porque, hasta ahora, no conozco a nadie que diga que la inversión privada no ha crecido; lo que sí decimos varios es que dicho crecimiento es del todo insuficiente para empujar la dinámica económica a tasas indispensables para ofrecer empleos dignos a los millones de mexicanos que no lo tienen.
Regodearse con el muy bajo nivel de desempleo que se registra es una forma elemental, hasta grosera, de autoengaño. Buena parte de esa ocupación se da en condiciones de informalidad que, a su vez, apenas esconden la desprotección laboral y determinan el régimen de bajos salarios promedio que se ha impuesto a la economía nacional.
La insuficiencia de la inversión se debe a una inversión pública prácticamente estancada y contra lo cual no pueden operar los proyectos preferidos del Presidente. Ojalá y pronto veamos funcionar su tren y sus ambiciones transístmicas, pero desde ahora debería quedar claro que con éstas no se llena el vacío impuesto por la peor versión de austeridad de que tengamos memoria.
Una visión adoptada por el gobierno, con un extraño sentido de pertenencia, ha dado lugar a un desempeño productivo socialmente insatisfactorio que apenas asegura la reproducción de una economía, de casi subsistencia, donde la pobreza y la carencia se ven potenciadas por una salud precaria responsable de miles de muertes “no previstas”.
Si bien todo parece indicar que el Presidente se prepara para asegurar su sucesión y la continuidad de sus proyectos de transformación, desear que esta sucesión presidencial pudiera dar lugar a reflexiones sobre nuestra circunstancia y lo mucho que hay que hacer para empezar a superarla, no debe ser caso perdido.
Reconstruir a México no es frase de ocasión, sino consigna crucial para empezar a recuperar fuerzas, elementales e indispensables para darle a nuestra convivencia los mínimos de seguridad y estabilidad sin los cuales no hay intercambio político civilizado.
Agobiados por una violencia criminal que no tiene precedente, y en medio de una pradera que no necesita de muchas chispas para arder, no necesitamos aprendices de brujo, sino amplias convocatorias racionales y apegadas al credo democrático que tantos esfuerzos y voluntades ha reclamado.
Nos urge una política de la verdad que nos permita, a todos, volver a vernos a los ojos.