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2023-05-07 06:00

Desde otras ciudades

Denzel Karombe, un joven de 19 años que abandonó la escuela por falta de recursos, talla bajo encargo la foto de un difunto sobre una lápida.
Denzel Karombe, un joven de 19 años que abandonó la escuela por falta de recursos, talla bajo encargo la foto de un difunto sobre una lápida. Foto Afp
Periódico La Jornada
domingo 07 de mayo de 2023 , p. 27

En la capital de Zimbabue, Harare, un ex empleado de banco presume haber hecho dinero dentro del negocio funerario luego de contratar artesanos que fabrican bajo pedido lápidas con la imagen del difunto.

“Debemos acordarnos del nombre de nuestros familiares, pero también de su rostro”, dice Tafadzwa Machokoto, de 35 años. “Mucha gente se asombra cuando ve la imagen en la lápida”.

Al igual que millones de compatriotas, este ex empleado de uno de los mayores bancos zimbabuenses probó suerte en el extranjero, fuera de un país con una economía agonizante a causa del desempleo y la inflación.

Tras sobrevivir durante un año en la vecina Sudáfrica, regresó para instalarse en Rugare, suburbio pobre de Harare, que tiene muchas fábricas de lápidas. Se lanzó en el negocio, pero frente a la competencia tuvo que innovar: él y su socio proponen anticipar la muerte concibiendo la tumba del cliente e incluso su epitafio, y luego hacen tallar en la lápida la imagen elegida para la eternidad.

“Atraemos más clientes con los retratos”, se congratula el joven empresario, pues eso agrega “un gran valor sentimental”.

La propuesta voló en las redes sociales y su negocio logra entre 20 y 30 ventas mensuales entre clientes que vienen de toda África austral e incluso de Gran Bretaña.

Estas lápidas personalizadas se cotizan bien. Vendidas en promedio a 350 dólares, una fortuna en un país donde el salario mensual promedio se sitúa alrededor de 230 dólares, las sepulturas pueden llegar a costar varios miles de dólares.

La más cara hasta ahora es el pedido de un diplomático para la tumba de su madre. “Una estructura hecha a medida en forma de cúpula y de tres metros de largo que costó 5 mil dólares”.

Instalado frente a la piedra, tallando con precisión de orfebre con pequeños golpecitos de mazo, uno de los 12 artesanos de la empresa esculpe una imagen. “Es arte, arte puro”, asegura el jefe.

La mayoría de esos talladores son jóvenes del pueblo, devastados por el desempleo y la droga que abandonaron la escuela. Para elaborar el perfil y la inscripción recibieron una rápida formación de esa técnica.

Jessica Magilazi, trabajadora doméstica instalada en Sudáfrica, hizo fabricar una tumba para su madre. Cuando falleció Jessica era sólo una bebé y había olvidado su rostro. La familia no tenía ninguna foto, excepto la del pasaporte. Eso fue suficiente.

“Cuando miro la imagen es como si viera de verdad a mi madre”. Ahora sus descendientes sabrán cómo era.

Afp

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