obviamente no pretendo decir nada nuevo del enfrentamiento con los franceses hace 161 años entre los poblanos cerros de Guadalupe y Loreto, en el cual, como decía mi maestro de secundaria, “madre les hizo falta a los gabachos para que se las partiéramos”. No puede decirse que el aserto fuera en verdad académico, pero el caso es que se nos quedó muy grabado a todos y el suscrito, después de casi siete décadas, lo recuerda aun con perfecta claridad. Ello habla bien de su calidad pedagógica…
También tengo muy bien grabada, respecto de dicha batalla, una cancioncita rescatada del olvido por mi compañera en El Colegio de México Irene Vázquez Valle, fallecida hace mucho tiempo. La dicha pieza empezaba así:
Al estallido del cañón mortífero corrían los zuavos en gran confusión y les gritaban todos los chinacos ¡tengan traidores! ¡tengan su intervención!
Asimismo, recuerdo también lo que nos contaban del general conservador Miguel Negrete quien, a diferencia de sus correligionarios de ayer y hoy, se sumó a las fuerzas mexicanas bajo el principio de “tengo patria antes que partido”. En vez de andar de nalgasprontas entregando la riqueza nacional a los extranjeros a cambio de “cuatro cuartos”.
Todo eso lo aprendí en aquella clase de la secundaria. Luego, por mi cuenta, estudié más sobre la naturaleza mexicana cuando tuve noticia de dos telegramas enviados por el triunfante general Ignacio Zaragoza. Uno fue expedido como a las cinco de la tarde del mismo día 5 de mayo: el texto, de “una gran sencillez y una enorme grandeza”, como hubiera dicho mi profe de secundaria si hubiera tenido noticia de él, rezaba: “las armas de la República se han cubierto de gloria”.
Hasta aquí todo iba muy bien, pero dos días después, expidió otro telegrama más largo y en verdad ominoso:
“Qué bueno sería quemar a Puebla. Parece que está de luto por los sucesos del día 5” (cito de memoria), pero es el principio de la explicación de por qué no pudo echarse tras de los franceses hasta obligarlos a embarcarse con rumbo a su casa. Resultó que la oligarquía poblana, a diferencia de hombres y mujeres que se la rifaron a favor de México, se hizo ojo de hormiga para cooperar al menos para que la tropa triunfante se echara un buen taco.
La ocasión se perdió y, cuando fue posible ir tras ellos, el enemigo ya se había reorganizado y aprontado a resistir, lo que hubiera sido muy difícil si el ejército republicano hubiera podido pasar de la defensa al ataque, además de que los mexicanos que estaban con el enemigo ya habían puesto pies en polvorosa.
La historia, ya lo sabemos, fue que la fácil expedición francesa acabó convirtiéndose un año después en una campaña comme il faut, carísima, que finalmente obligó a que se retiraran las tropas tres años después. Vale señalar que derrotas, aunque no fueran tan sonadas como la del 5 de mayo en Puebla, padecieron otras, empezando con la de Concordia, que puso el límite en Sinaloa a su avance hacia el norte por esa costa y dio principio a su retirada, asimismo cabe contar con el hostigamiento guerrillero, como fue el de Antonio Rojas, cuyo papel resultó determinante para que los franceses no alcanzaran a poner un pie firme en la costa de Colima, donde resistió también el gobernador Julio García.
Por lo que a los chinacos se refiere, también podemos decir lo que la canción asegura: “bravos se batieron inundando de gloria la nación”.