Marcelo Luis Ebrard Casaubón es el candidato presidencial que para 2024 la oposición al obradorismo desearía.
Ninguna de las cartas que hasta ahora han mostrado Va por México (PRI, PAN y PRD) ni su vertiente de “sociedad civil” claudioequisista tiene el perfil actualizado del hasta ahora titular de Relaciones Exteriores, que ha sido un secretario de múltiples encargos (no sólo los que le serían naturales: los diplomáticos, sino muchos otros de índole diversa), tejedor de relaciones políticas por el mundo, sobre todo en Estados Unidos, a cuenta de la propensión andresina de mantenerse en casa, y constructor de una larga carrera política bajo la tutela original de Manuel Camacho Solís, con su pico más alto en tiempo presidencial de Carlos Salinas de Gortari y marea baja después del asesinato de Luis Donaldo Colosio, luego recuperados ambos, Camacho y Ebrard, por el manto obradorista.
Priísta de origen, definido ideológicamente junto con Camacho por el partido que crearon, el del Centro Democrático, y firme acompañante operativo del obradorismo de 2000 a la fecha, Ebrard encarna buena parte de las aspiraciones de un electorado que está en contra de políticas y estilo del actual Presidente de la República, pero tampoco desea un retorno del pripanismo aderezado o tripulado por el equisclaudismo empresarial. Ebrard es una persona bien, trilingüe, de ascendencia francesa, aceptable en el entorno socioeconómico medio y alto, alguien que podría enmendar lo que esos críticos de la 4T consideran erróneo o francamente repudiable y que podría “reconciliar” al país.
Ya antes, en 2012, cedió el paso a López Obrador para que fuera candidato presidencial. Y todo indica que esta vez está dispuesto a no dejar pasar la oportunidad. Pero, al mismo tiempo, son fuertes los indicios de que el aparato político de Morena y sus aliados, los gobernadores y los factores de poder alineados con Palacio Nacional, tienen instrucciones, o las suponen, de cerrar filas y acuerpar a Claudia Sheinbaum, a quien sin forzar los términos llaman “la favorita”.
Ebrard ha decidido pelear, aunque bien sabe el costo de confrontar decisiones presidenciales en México: Peña Nieto, con Miguel Ángel Mancera, sostuvo una campaña contra Marcelo a causa de la línea 12 del Metro, que lo llevó a una especie de autoexilio en Francia. Esa misma guillotina judicial y política sigue montada por si fuera necesario utilizarla este año o el venidero.
Por lo pronto, el todavía canciller suma fichas discordantes a su precampaña. Este fin de semana, por ejemplo, su libro de proselitismo fue presentado en Veracruz por Patricia Lobeira de Yunes, la presidenta de Boca del Río cuyo esposo y antecesor es Miguel Ángel Yunes Márquez, hijo del ex director del Issste, al que se acaba de referir AMLO como ejemplo de corrupción, impuesto por Elba Esther Gordillo en aquel momento. Ahí, Ebrard planteó el dilema “encuesta o favorita”, que ayer repitió para algo más que insinuar que, si ya está tomada una decisión en femenino, no es necesario mantener apariencias consultivas.
Ayer dio otro paso hacia afuera: su subsecretaria Martha Delgado renunció al cargo para dedicarse abiertamente a promover la candidatura ebrardista. El canciller dijo que en “próximos días” otros servidores públicos podrán seguir sus pasos y, respecto a él mismo, advirtió que está en espera de que su antiguo aliado, ahora en aparente distancia, Mario Delgado, defina fechas en que las llamadas corcholatas deben dejar su cargo; de no fijar Delgado los tiempos, Ebrard ha dicho que no estará esperando indefinidamente.
Pareciera que a Marcelo no le queda mucho terreno plano por recorrer en el diseño de Palacio Nacional y busca centrar la competencia en dos, él y la jefa del Gobierno capitalino, y darse una especie de calderonazo (Felipe en autodestape en Jalisco en mayo de 2004, ante el enojo de Fox, quien lo despidió de la Secretaría de Energía), dejando Relaciones Exteriores para correr por la libre contra la “favorita” y, ha de entenderse, contra el supremo favorecedor. ¡Hasta mañana!
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