Ciudad de México. Hace un mes el mexicano Sergio Romo lanzó la última pelota desde el montículo. De fondo se escuchaba la canción El Mechón, pieza de banda de donde el jugador obtuvo su apodo. Ahí se despidió después de 15 años en las Grandes Ligas; ocho temporadas en los Gigantes de San Francisco, con quienes ganó tres veces la Serie Mundial y lo hicieron el mexicano que más anillos de campeón presume. Entre los invitados a esta suerte de homenaje estaban los Tigres del Norte, el grupo norteño que tanto admira el pitcher de la gran barba.
Ese recuerdo está muy fresco y al evocar, Romo muestra sus brazos para demostar que la piel se le eriza; enseguida recobra la compostura y bajo la abundante barba oculta un rostro que no deja de sonreír. Está feliz por visitar la Ciudad de México, la capital del país que dejaron sus abuelos Evaristo y Francisca, ambos de Jalisco. No viene como jugador, sino como parte de la comitiva del equipo donde consagró su carrera, los Gigantes, para los juegos contra los Padres de San Diego.
Identidad sólida
La familia de Romo migró a Brawley, California–donde nació El Mechón en 1983– y se establecieron para trabajar como agricultores en esa región. Ese origen le proporcionó al pelotero una identidad sólida que exhibe con una mezcla de dignidad y arrogancia, algo que sólo consigue quien se ha sobrepues-to a la discriminación.
“Los mexicanos somos muy orgullosos, no sólo en la pelota, sino en todo lo que hacemos. No so-mos menos que nadie y podemos ser los mejores en muchas cosas, no sólo en el deporte”, dice El Mechón sobre su origen; “cualquiera que tenga trato con nosotros en Estados Unidos sabe que somos gente de palabra, los que más trabajamos y nunca nos rendimos; vemos cómo, pero siempre salimos adelante por nuestras familias”.
Aunque su retiro es reciente, ya está bien integrado en las actividades de relaciones públicas con los Gigantes; fue uno de los invitados de honor para visitar el domingo por la mañana al presidente Andrés Manuel López Obrador.
Todo eso y lo que sucedió en los primeros juegos de temporada regular en la Ciudad de México, a la que aún llama DF, lo tienen eufórico.
“Si Grandes Ligas quiere crecer fuera de Estados Unidos tiene que voltear a México; tenemos un país muy grande, con una población numerosa y apasionada; somos una influencia importante en toda América Latina”, dice el ex lanzador.
No pierde de vista lo que sucedió con México en el pasado Clásico Mundial, donde el equipo tuvo una actuación histórica y terminó en tercer lugar. Es sensible al tema, pues defendió los colores del Tri en la edición de 2013, por eso no escatima elogios para sus paisanos y colegas.
“Después de lo que hicieron ganamos mucho respeto. Muchos descubrieron el nivel del beisbolista mexicano, pero quienes estamos metidos en esto no nos sorpren-dimos; sabemos la calidad que tenemos porque hemos compartido el terreno de juego, hemos competido entre nosotros”, comenta.
“Los que sí se sorprendieron son los de Grandes Ligas, seguro que ahora estarán más atentos al beisbolista mexicano que debe destacar entre tanto jugador dominicano, venezolano, boricua, cubano y con los propios estadunidenses. Este torneo mostró de qué estamos hechos y que hay que respetarnos”.
Falta promover a jugadores
Cuando no hay temporada en Estados Unidos, los peloteros buscan otras competencias en invierno, como la Liga Mexicana del Pacífico. Es una forma de no perder ritmo y seguir trabajando. Romo ha jugado con Cañeros de Los Mochis, Charros de Jalisco y Águilas de Mexicali. En esas experiencias comprobó la calidad del juego nacional y la necesidad de promover que más peloteros lleguen al máximo circuito.
“Les he preguntado a varios jugadores con los que he compartido equipo aquí en México, ‘¿por qué no lo has intentado en Grandes Ligas?’, y me doy cuenta que la única respuesta es porque no los conocen en Estados Unidos y ningún scout los ha visto, pero tienen el nivel para estar allá”, relata Romo.
Si muchos peloteros latinos hablan de la “pelota Caribe” como un estilo que los identifica, Romo asegura que existe también un modo mexicano de entender el beisbol. No sólo caracterizado por lo “picante”, como dicen algunos.
“El estilo de la pelota mexicana es más agresivo. Un pelotero de nuestro país juega sin miedo, eso ya lo están viendo muchos que no se habían dado cuenta. No hay gris, es blanco o negro; es como ese orgullo que tenemos, toda ‘la raza’, y lo ponemos también en el beisbol o en la vida”, cuenta.
“Un deporte como el beisbol es importante para nuestra comunidad porque manda un mensaje: ‘hay que respetar a los mexicanos porque no tienen miedo, en el beisbol y en lo que sea que tengamos enfrente’, dice antes de salir al terreno de juego, donde se divierte hablando con los seguidores mexicanos y sus paisanos de toda la vida.