La fotógrafa Graciela Iturbide, instalada entre cinco versiones de ella misma capturadas con su cámara y en contraposición del tiempo, encabezó la apertura de la exposición Retratos para un ritual, en el Museo de Arte Moderno (MAM). “Lo fantástico en su fotografía es que lo aparentemente más marginal, simple o sencillo termina teniendo un carácter extraordinario”, describió el curador Carlos Segoviano.
Cinco autorretratos de la artista trazan el hilo conductor de las 25 imágenes seleccionadas entre la colección del MAM, desde su obra más temprana de 1978 hasta más recientes de 2011.
“Cada retrato nos va dando indicios de su trabajo. Por motivos casi obvios iniciamos con Alas para volar, porque es un retrato en el que, al cubrirse los ojos con esos pájaros, invita justo a volar la imaginación, adentrándose en ese mundo fantástico y a veces hasta macabro que nos promueve la imagen de Iturbide”.
Orgullosa, agradecida y contenta se expresó Graciela Iturbide (Ciudad de México, 1942) al tomar el micrófono por breves minutos durante la inauguración el pasado sábado, antes de entrar a la pequeña sala consagrada a sus rituales de observar el mundo a través de la lente, una vida dedicada a capturar el mundo, desde mujeres indígenas, charcos en Chalma, rastros de vapor en Roma o pescadores nómadas en Sonora.
“Su cámara nos sorprende al desnudar lo maravilloso y complejo de lo habitual”, se hace notar al ingresar al pequeño espacio en la planta baja del museo en el Bosque de Chapultepec. En palabras del curador, “lo interesante es poder ver la obra más allá de las mismas series, sino las relaciones que encontramos en obras totalmente distanciadas por el tiempo”.
Otro autorretrato, uno donde ella coloca en su cuerpo caracoles, “casi como una especie de ritual”, aparece junto a una imagen del corset de Frida Kahlo y otra de la virgen; “es decir, hay un toque de feminidad sacra y al mismo tiempo sensual”. En otro, la boca está repleta de serpientes, “casi sientes la picazón en los labios. La pusimos cerca de un árbol con mucha textura”.
Ángeles e iguanas
Apenas unos minutos después de inaugurada la muestra, mientras la artista de 80 años se tomaba fotografías y firmaba libros rodeada por admiradores en el jardín escultórico del MAM, en la entrada de la sala ya se hacía una fila para contemplar las emblemáticas impresiones en blanco y negro, como La mujer ángel, tomada en el desierto de Sonora en 1979, de las primeras con las que se encuentra el visitante. Y al fondo, Nuestra señora de las iguanas, con el rostro de una tehuana de Juchitán enmarcada por los reptiles sobre su cabeza.
“Revisando un poco las exposiciones que se han hecho de Graciela, normalmente se centran en algunas de las series o en retrospectivas donde se respeta el trabajo cronológico. Queríamos romper con eso; además, hay dos momentos muy importantes en la obra de Iturbide, como son las obras documentales de carácter muy realista y otras de un tono más abstracto; entonces, queríamos ponerlas en juego. Dar cuenta de que hay una continuidad en su trabajo más allá de los temas, los lugares o los mismos motivos”, dijo Segoviano a La Jornada.
La exposición que rinde un homenaje a la carrera y visión artística de Iturbide, forma parte de la reapertura de la sala Manuel Álvarez Bravo, dedicada a la fotografía. Natalia Pollak, directora del MAM, afirmó en la apertura: “Nos da mucho gusto que después de inaugurada esta sala con un homenaje a don Manuel, sea el trabajo de Graciela el que habite este espacio”.
Iturbide, quien era estudiante de cine, en 1970 recorrió junto a Álvarez Bravo varias zonas del país y fue atraída por el arte de la fotografía.
La sala Manuel Álvarez Bravo abrió en octubre pasado. “Hacía 15 años que el MAM no contaba con un espacio permanente y exclusivo para foto, considerando que resguardamos alrededor de 900”, dijo la directora del MAM, junto a Iturbide y Lluvia Sepúlveda, coordinadora nacional de Artes Visuales, quien agradeció la incansable creatividad y la profunda mirada de la homenajeada.
Iturbide caminó entre sus memorias de luz impresas, en medio del homenaje por ser “una creadora excepcional que sigue apuntalando los derroteros del arte fotográfico en día”. Rodeada de rosas naranjas, bajo la sombra de un árbol, disfrutó de la admiración de quienes la rodeaban. La exposición íntima y personal propone reflejar “la misma humildad con que está firmando autógrafos hoy. Al final, el proyecto fue coherente con su búsqueda, debemos festejar que la tenemos y poder escucharla”, celebró el curador.