La cantante y compositora catalana Rosalía demostró con creces, anoche en el Zócalo de la Ciudad de México, que lo suyo, más que conciertos o espectáculos tradicionales, es una profunda experiencia comunitaria, tal como la describen en diversos confines del planeta.
Una de las más refulgentes estrellas del pop internacional actual suscitó en el miocardio de la antigua Tenochtitlan una fascinación colectiva que transitó de la euforia a la catarsis, del bullicio a la estridencia, del frenesí al delirio.
Su público, conformado sobre todo por legiones de adolescentes y jóvenes veinteañeros, aunque hubo también niños y familias enteras, se entregó sin reserva al influjo y carisma de la Motomami, como se le conoce por la canción que da nombre a su disco y su gira más recientes, de 2022. Cifras oficiales de la Secretaría de Gobierno de la Ciudad de México calcularon que asistieron 160 mil personas.
Desde el instante en que Rosalía apareció sobre el escenario, casi media hora después de los anunciado, a las 8:25 de la noche, y hasta que lo dejó, poco más de una hora después, sus admiradores la vitorearon, corearon su nombre y su mote, cantaron y bailaron con ella sus canciones, en una especie de ritual laico para celebrar a la vida.
Ella se dejó apapachar ante un Zócalo pletórico y enardecido de júbilo. Vistió un uncido body negro que resaltaba la sinuosidad de su figura, así como un chaleco y botas de cuero en rojo. Saludó con una amplia sonrisa a sus fans: “Muchas gracias, México. Esta plaza ya era bonita, pero con vosotros aquí, terminó de enamorarme, porque realmente esta ciudad es preciosa. Muchas gracias de corazón, estoy feliz de estar y cantar aquí. Me siento muy querida. Esta es una noche de celebración, para gozar y compartir”.
La de Rosalía es una propuesta inclasificable que se conforma a partir de entreverar la tradición con la innovación, en términos de sus letras y su música.
No hay que olvidar que su formación musical es académica –estudió en la Escuela Superior de Música de Cataluña– y que desde muy pequeña mostró su pasión por el flamenco, expresión de la que ha rescatado para las nuevas generaciones el duende de legendarios intérpretes como Camarón de la Isla (José Monje Cruz) y Tomatito (José Fernández Torres), por mencionar algunos. Pero también ha llevado su búsqueda renovadora desde los caminos del inolvidable Paco de Lucía hacia nuevos e insospechados terrenos.
La intérprete amalgama la raíz flamenca con ritmos y estilos contemporáneos propios de nuestra América Latina, como el reguetón, la champeta y el mambo, además del rap y el hasta hip hop. Pero es inocultable que incluso en sus temas en apariencia más alejados de aquella música andaluz puede percibirse y sentirse en su aterciopelada voz, acaso por momentos algo aniñada, el desgarramiento y el dramatismo del cante jondo.
Eso es en lo sonoro. En lo visual debe señalarse el diseño de su espectáculo, más un performance artístico que un concierto convencional, aderezado con toques de videoarte y pasarela de moda.
La escenografía consiste en un austero fondo blanco y una serie de cuatro pantallas que proyectan en tiempo real las expresiones del rostro de la intérprete, incluso la manera como se baña en su propio sudor conforme avanza su actuación, confiriéndole a las acciones un halo de intimidad.
Igual de atractivo es su discurso escénico, sustentado en febriles coreografías al lado de un cuerpo de siete bailarines, todos con diferente color de cabello, que en conjunto contagian al público de energía con su permanente derroche atlético.
Son coreografías de danza contemporánea provistas de sensualidad y en algunos momentos provocativas y hasta lascivas. Hay espacio también para lo lúdico y la nostalgia, como cuando la cantante y los bailarines condujeron unos scooters o cuando la Motomami se sentó al piano para desgarrar el corazón con una sentida pieza.
El concierto, con el cual la cantante cierra su gira por América y por el que según se informó no recibió ningún beneficio económico, consistió en una veintena de canciones, entre ellas Saoko, Hentai bizcochito, Despechá, Chicken teriyaki, La fama, Héroe y Motomami.
Uno de los momentos climáticos ocurrió cuando Rosalía, fuera de programa, interpretó a capella La Llorona, en gratitud por el cariño que, dijo, ha recibido desde que inició su carrera y la inspiración que ha tenido de la música mexicana.
En respuesta, el público gritó de forma ensordecedora durante más de un minuto: “Rosalía, hermana, ya eres mexicana”, gesto que ella agradeció agitando un pañuelo blanco por encima de su cabeza y con una reverencia.
También se dio tiempo para dar las gracias a esas decenas de seguidores que hicieron fila desde la madrugada para asistir a esta presentación y a los que la seguían por las 18 pantallas dispuestas en calles aledañas y la Alameda Central.
Un poco después de iniciado su concierto, la jefa de Gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum, difundió en redes sociales varios breves videos del espectáculo con el mensaje: “Así la alegría en el Zócalo con el concierto de la Rosalía”.
Súbitamente, así como apareció, dejó el escenario acompañada por sus bailarines, ante una audiencia que la ovacionaba y le pedía más. Nadie quería que el hechizo terminara. Pero la Motomami ya no volvió.