Si alguien supo leer la historia del país y traducirla lúcidamente a referentes teóricos que radicalmente profundizaran en lo que ocurría, fue Pablo González Casanova. Y más, si supo identificar y expresar la relación entre el pensamiento crítico y la generación de cambios. De ahí, que ninguna lucha le fue ajena, y por eso, de entrada, la batalla de las jóvenes estudiantes rebeldes de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) no nació huérfana. Es parte de esa historia de rebeliones y resistencias que don Pablo se dedicó a apoyar y analizar. Un ejemplo de esto es el ensayo “Causas de la rebelión en Chiapas” ( Perfil de La Jornada publicado en noviembre de 1995 y luego parte del libro De la sociología del poder a la sociología de la explotación, Clacso, 2009). Hay ahí una poderosa metodología que abrió al filósofo de la sociedad, y de par en par, las puertas de la comprensión de las razones profundas y las emociones más escondidas capaces de movilizar a miles de personas, como las decisiones de luchar y resistir que tienen pueblos y comunidades y, de manera excepcional y exitosa, la de los zapatistas, que en 1994 llegaron a declarar la guerra al gobierno mexicano, y que nunca fueron derrotados.
Como también, en una lucha posterior pero no ajena a la de los pueblos, permaneció firme la determinación de decenas de miles de estudiantes de oponerse al neoliberalismo en la educación superior y para lo que mantuvieron una huelga de nueve meses en la primera universidad de América Latina. Fueron hechos prisioneros y enjuiciados, pero nunca se rindieron. Se ocupó también González Casanova en descifrar justo en el momento en que ocurría, en 2016, y frente a sus propios actores congregados en un salón de convenciones del IMSS, las implicaciones y la fuerza del movimiento magisterial más importante en un siglo y a cargo de la CNTE. Si, como ahora se plantea, la lucha de las mujeres es la rebeldía ante un poder que sujeta y oprime, hay que decir que ése precisamente fue uno de los ejes de la búsqueda del ex rector. Como decía en 1965 (La democracia en México, pág. 10) el poder puede parecer algo metafísico; sin embargo, dice el académico, “se integra a una realidad social y cultural mucho más amplia. La estructura de poder que tenemos es parte del tipo de país en que vivimos, parte de nosotros como sociedad nacional… y de esa sociedad se desprenden también las ambiciones, los ideales, y con ellos las críticas y el dinamismo hacia formas distintas de sociedad y de gobierno”. Es decir, las emociones que apuntan hacia la transformación surgen de la rebelión.
Pero no es tarea fácil, sobre todo en la educación. Ahí la raigambre es muy densa. Con la revolución y pese a grandes resistencias conservadoras, cambió profundamente el campo mexicano, cambiaron también las relaciones laborales, y en Chiapas actualmente hay ya zonas de autonomía indígena con gobierno propio; pero en educación y sobre todo en la universidad, muy poco. En ese sentido, las jóvenes rebeldes de la UAM se enfrentan no sólo a una cultura patriarcal, sino de fondo y directamente a estructuras de poder cerradas y anquilosadas que duran ya más de un siglo y que reproducen y protegen la cultura machista.
Por eso es tan importante el movimiento en la UAM, porque la resistencia de estas jóvenes finalmente toca uno de los centros más vitales de la reproducción de una sociedad violenta contra las mujeres, la educación, y además lo hacen con una notable determinación y capacidad de organización y estrategia. Algo ha hecho bien la UAM –sin evidentemente pretenderlo– que ha generado una casa abierta a procesos de conocimiento alternativo y rebelde. Una contribución que deja plantadas semillas de inquietud dentro y fuera de la Metropolitana.
Pero ahora las autoridades de la UAM están frente a un dilema. Pueden optar por reconocer que hay un cambio cualitativo muy importante en sus estudiantes y en no pocos académicos, que las estructuras de poder institucional han mostrado sus profundas limitaciones y que, en consecuencia, deben comenzar a revisar críticamente la arquitectura del poder institucional y definir junto con estudiantes, académicos y administrativos, qué cambios sustanciales hay que hacer. O, por el contrario, pueden intentar convencerse y convencer a las estudiantes de que no fue unilateral que ellos fijaran el 8 de mayo para concluir el paro y que bastará con la abundante dotación de declaraciones, protocolos, promesas y declaraciones para que todo sea como antes.
Pero si optan por esto último, deben también aceptar que este episodio de resistencia tal vez no termine tan fácilmente, que no sea el último o que ahora ya no se pueda evitar un clima de reiterado conflicto. Sobre todo si queda la percepción de que hubo presión y engaño.
* UAM -X