En el edificio numerado 316 de la avenida céntrica se esconde uno de los pocos modelos para foros nocturnos que puede escapar a las diferentes formas de abuso con las que se enfrentan los locales de la ciudad dedicados a la actividad musical: se trata de que todos los inquilinos sean músicos o simpatizantes de los altos decibeles, lo que permite que uno de los pisos esté dedicado enteramente a conciertos. Beneficios de ir ahí respecto a otros foros: no hay un encargado de seguridad que mida el color de la piel o la ropa de los asistentes, no es un lugar que repose sobre una mística del pasado y hoy el acto principal no es la excepción: se trata del beatboxer experimental Rodrigo Ambriz, o sea que su desarrollo se basa en los sonidos que hace con la boca, pero, a diferencia de sus pares del hip-hop, no se dedica a facilitarle las métricas a un rapero, sino a crear una narrativa no lineal.
Su poder principal es el de desdoblarse en numerosos replicantes: Un Ambriz produce ruidos guturales, otro crea rítmicas quebradas que pueden disolverse en el vacío o dar paso al próximo Ambriz. Incluso se rumora que un Ambriz ha quedado en el camerino, realizando ejercicios de respiración.
–Hay una parte de la música experimental que es pura expresividad, pero hay un desarrollo diferente en tu trabajo, donde existe una construcción narrativa.
–Busco eso, siento que no termino de estar satisfecho si sólo es un putazo: una descarga implica una parte energética, lo que aprecio mucho, pero busco transitar por distintos pasajes. Anteayer toqué con los primos Álex y Andrés Motta, pianista y contrabajista; el primero está en Cepromusc, donde tocan técnicas extendidas, tiene el lenguaje de la academia contemporánea, y el segundo el del teatro. Fue bien bonito, porque lo sentí como una reafirmación de abrir un espacio hacia lo narrativo, ellos procuraban expandir un escenario en el que fácilmente puedo encarnar.
–Lo teatral ocupa tu obra y la misma forma del beatboxing es muy expresiva.
–La aproximación no es específicamente desde la música: me interesan los linderos donde los lenguajes se contaminan. Empecé haciendo artes visuales y el lenguaje del trazo es lo que sigo trabajando desde la voz, tiene la parte de generar narrativas y la parte de la no especificidad, que también me ocupa.
“Para que el que escucha complete su trazo”
–La narrativa misma es muy específica, pero al no tener palabras del lenguaje que usamos, se encuentra libre a la interpretación, es descriptivo, pero prescinde de un principio, un desarrollo y un final.
–Es para que el que lo escucha complete su narrativa o su trazo. Me pasa con novelas o películas: no recuerdo la trama completa pero sí un par de imágenes, tal vez eso guste también, un gesto que apenas dibuje una sombra de algo. A veces queda una sensación, una atmósfera, busco mucho los contrastes, generar un momento muy específico y romperlo, me conecta con el mundo onírico, donde repente estás aquí y luego en una alberca.
–Escuché algunas de tus grabaciones con auriculares y sentí como si estuviera con un estetoscopio en un tracto intestinal, algunos de los ruidos que expresas están escondidos en la mayoría de la gente.
–Es una búsqueda de la visceralidad literal, la peor reseña que recibí es de una disquera de Polonia, y la reseña en polaco decía algo así “esto me desagrada mucho, es como escuchar al Pato Donald al ser ahorcado”.
–Para ser la peor, es bastante elogiosa.
–Sí, algo se logró.
–¿Cuáles son algunas de tus influencias extramusicales?
–Mis primeras inquietudes tuvieron que ver con el performance, el trabajo de los vieneses, austriacos, en la posguerra que fueron muy radicales, trabajaron con sangre, excremento y con la provocación en general. Las imágenes mismas son inspiradoras, registros fotográficos de Brus, Hermann Nitsch, especies de misas de sangre. Y aquí, de México, el grupo Semefo, cuyo tema principal era la muerte violenta y el trabajo con el cadáver.
–Heavy metal extremo. Experimentaban de una forma poco pretenciosa.
–Es lo que escuché de morro, parte metal y parte gótico, Bauhaus y Diamanda Galas, que fue una gran revelación en el uso de la voz. Me hace más sentido ahora el war metal, más hostil y espeso: Blasphemy, un sonido pendejamente agresivo, Bestial Warlord, Revenge de Canadá, lo primero que me cautivó fueron las voces y los blast beats, ese estilo de batería agresivo y repetitivo. Es bien bonita esa primera faceta, de bandas brasileñas como Sarcófago y Misty Fire, en el primer disco su bajo suena a cartón, súper mal, pero estructuralmente hay una creatividad muy especial, porque no estaban tan definidas las reglas del estilo. Los de Beherit, de Finlandia, tenían 16 años en sus comienzos y esa ingenuidad adolescente es bien chida, hay una creatividad que no vuelve al tener acceso a tanta información. Cuando empiezas a hacer noise tienes una parte irrepetible, porque no sabías bien como usar tus herramientas.
–Has mencionado tu interés por la danza butoh, ¿Cómo se relaciona con tu obra?
–Su objetivo es borrar tu personalidad, tu ego, para transformarte continuamente, encarnar, eso se relaciona con lo que hago, es como autoinducirte a un estado en el que puedas hacer que algo fluya a través de ti, y eso es el butoh. Es diferente a los métodos actorales, porque hay premisas bien específicas, hay un ejercicio que consiste en lo siguiente: una cucaracha te está caminando en la espalda ahora, una camina en tu pie, otra en tu mano, teóricamente no te puedes concentrar en más de cinco puntos de tu cuerpo a la vez, pero el centro de la cuestión no es hacer ver que las tienes, sino sentirlas y que tu cuerpo reaccione a partir de esa premisa. A veces hago algunos ejercicios de respiración para colocarme, se trata de respirar a diferentes velocidades alternadamente.
–Pero requiere de un estado mental que no se puede ejercer en el Metro.
–Creo que se puede, aunque algunas situaciones son más adecuadas que otras, pero esos lugares de incomodidad o fragilidad generan cosas, esas provocaciones son importantes.
–Además de la voz algunos de tus trabajos incluyen la manipulación de cintas, por ejemplo, en un walkman.
–La cinta es de mi interés porque es la manipulación de medios, tiene que ver con los primeros desarrollos de la música electrónica, combinar sonidos, cambiar velocidades; es como jugar con las distorsiones del tiempo, siento que abren dimensiones diferentes, la forma en que escuchamos los sonidos ralentizados o acelerados, son búsquedas que llevan tiempo, no es como tener la facilidad de aprender un instrumento. No busco sonar a nada específico, ni siquiera a las variantes más violentas de lo experimental.