Objetos que germinan en una sala de museo para dar un giro poético y reivindicar la locura como la posibilidad de lo diferente es la reflexión del artista Rodrigo Ímaz (Ciudad de México, 1982), quien con la exposición Nave de los locos hace una apropiación personal del cuadro del mismo nombre del pintor flamenco El Bosco.
La muestra en el Museo del Palacio de la Autonomía presenta varias piezas sobre soportes recuperados, materiales encontrados y reciclados, como una puerta de madera a la que hizo un grabado, que durante su estancia en Nueva York dejaron afuera de su departamento. En entrevista, opina que “nosotros los mexicanos tenemos una capacidad muy hermosa para reutilizar y resignificar no solamente el material, sino el sentido de las cosas. Basta con ir a un tianguis para ver cómo un tabique puede ser la base de lo que jala un toldo. La forma que tenemos de apropiación es como si tuviéramos un desarrollo estético-artístico de manera muy natural”. Estos gestos identitarios son “colados” en el museo porque han sido devaluados como aquello que está en la calle y es popular, es menor y no se le da el reconocimiento que merece, propone.
En el cuadro que Hieronymus Bosch, El Bosco, pintó entre 1590 y 1504, en el paisaje se observa el follaje de un árbol sobre el cielo, mientras en la parte baja aparecen varios personajes, entre ellos una monja y un fraile franciscano. El óleo se exhibe actualmente en el Museo del Louvre.
Ímaz comenta que la pintura de inicios del siglo XVI muestra una nave donde “no hay capitán ni orden, evidentemente hay una suerte de desaparición del Estado o de la autoridad, entonces cada uno va haciendo lo que puede y lo que sus caprichos –que en esa época estaban muy de moda– les indican. Son arquetipos que representan a una sociedad desorganizada y sin rumbo en una nave. Ese el motivo que tomo de la pintura para volverlo un fenómeno contemporáneo”.
El triciclo del progreso
Una pintura de un triciclo, como los que recorren la ciudad para vender pan, tamales o garrafones de agua, así como uno de estos mismos vehículos, pero que en su zona de carga, lleva una tercera rueda boca arriba que gira al pedalear, son dos piezas centrales que dan sentido a la instalación en la sala de muros blancos y vigas metálicas del antiguo edificio del Palacio de la Autonomía.
La pintura, que hizo en 2015, es su propia nave de los locos, cargada con un montón de bultos. La otra pieza es el triciclo que compró en Iztapalapa, al que instaló la tercera rueda, a la manera del famoso ready-made de Marcel Duchamp.
“Lo apodamos el triciclo del progreso, porque por más que pedaleas, no avanzas y sólo se mueve la ruedita de en medio. Es un gesto de hacer que la función o los significados varíen en el sentido de la narrativa para construir una versión poética”, describe el también cineasta sobre las piezas instaladas sobre el reflejo de los cristales que resguardan los vestigios virreinales del espacio enclavado en las cercanías del Templo Mayor.
La exposición se completa con un conjunto de cosas recogidas en la calle y varios cocos de los que brotan una escoba, un paraguas y una rama, “todo para jugar con esta cosa tropical, muy propia de nuestra cultura mexicana y de sincretismos que tienen que ver con cómo integramos cosas que germinan en lugares donde supuestamente el sentido no debería ser ese, donde la normalidad no tendría que dar ese resultado”.
Además, “vivimos en una época donde se genera mucha basura que se convierte en desecho perpetuo. En ese sentido, recuperar materiales para cambiar su significado hacia un lugar inútil y poético tiene mucho sentido. Así, el ready-made de Duchamp que venía de un incipiente mundo industrial, hoy tiene un mayor sentido porque estamos en la hiperindustrialización, en el capitalismo salvaje turboacelerado. Vale la pena volver a lo recolectado, lo inservible, para encontrar ahí un tercer sentido, que tiene que ver más con el arte y la poesía.
La exposición Nave de los locos permanecerá abierta al público hasta el 30 de abril, en el Museo del Palacio de la Autonomía, ubicado en Lic. Primo de Verdad, en el Centro Histórico. La entrada es gratuita.