Hay un cuadro muy enigmático del artista mexicano Abel Quezada llamado El Fielder del destino. Un óleo donde un jardinero mira hacia un cielo opaco como si esperara la llegada de algo, una pelota, el sentido de la vida o la salvación. El patrullero de Tigres, Olmo Rosario, quien sábado y domingo pasó momentos terribles en el bosque izquierdo, parecía la encarnación de esta obra gráfica. Caían pelo-tas que no atrapaba, cometía errores que permitieron crecer jugadas, era un hombre desamparado que sólo miraba al cielo.
Un resumen de las tres tardes perdidas de los felinos en la serie inicial del estadio Alfredo Harp Helú ante los Diablos que ayer ganaron 8-2 con sendos jonrones de Japhet Amador, en solitario, y de Julián Ornelas de dos rayitas. Los Tigres volvieron a lucir inofensivos al bateo y extraviados en la defensa, como las víctimas propiciatorias para el buen inicio de los escarlatas.
Nunca Diablos Rojos había anotado tantas carrera en la historia de esta rivalidad nacida el 21 de abril de 1955. Este fin de semana le pisaron 45 veces el timbre a los de Quintana Roo. La mayor cifra desde aquella primera Guerra Ci-vil de hace 68 años en la que marcaron 42 carreras.
El único atisbo de rivalidad sucedió cuando el pitcher de Tigres Felipe Arredondo le lanzó al cuerpo a Francisco Córdoba y aquello estuvo a punto de terminar en pelea campal con las bancas sobre el diamante. Y en la octava entrada, cuando el lanzador escarlata José Hernández comprometió el juego con bases llenas y un out. Fabián Cota llegó a apagar el fuego y aceptó una carrera de caballito, pero el trabajo impecable de Moisés Gutiérrez en la segunda, Juan Carlos Gamboa como parador en corto y Roberto Ramos, en la primera, hilaron un doble play que evitó más daño.
El lanzador de los escarlatas Steven Moyers tiró por siete entradas con cinco hits, una carrera y ocho ponches. Un recital desde la lomita. Gracias a eso, los Diablos volvieron a ganar a unos Tigres que nunca estuvieron aquí.