La migración es un fenómeno social dinámico y cambiante. Quedó atrás el viejo patrón migratorio mexicano de ida y vuelta, que operó desde fines del siglo XIX a fines del XX. Ahora predomina la migración legal; en promedio, unos 170 mil mexicanos reciben anualmente la mejor visa posible, la green card, que otorga la residencia en Estados Unidos. Además, unos 300 mil trabajadores viajan a ese país con visas H2A y B. Por otra parte, desde 2007 hasta 2021 la migración irregular de mexicanos tuvo una tendencia clara a la baja, pero en la actualidad ha vuelto a recuperarse, por el efecto de la pandemia. El patrón migratorio actual, combina migración regular e irregular.
No obstante, se han dado cambios estructurales en el país que permiten prever que la tendencia de la migración irregular, finalmente, irá a la baja. La teoría dice que cuando se da el proceso de transición demográfica –baja la natalidad– y se incrementa el crecimiento económico están dadas las condiciones mínimas para que ocurra un proceso de transición migratoria y se pueda pasar de ser emisores a receptores.
No obstante, la realidad migratoria siempre da sorpresas y refuta la teoría. En Venezuela se daban las dos condiciones, pues la transición demográfica era un hecho y la economía petrolera, a pesar de sus vaivenes, definía a ese país como próspero. Recordemos que Hugo Chávez, en las épocas de bonanza de petróleo, regalaba dinero a muchos países. Pero fue la política implementada la que llevó a la crisis y generó el proceso migratorio más espectacular que hayamos visto en las Américas, con 7 millones de emigrantes en apenas 10 años.
Venezuela es uno de esos “nuevos” países de origen de la emigración latinoamericana, pero también inaugura nuevos destinos. El razonamiento lógico diría que los principales destinos de los venezolanos serían Estados Unidos y España, pero los números no lo avalan. En 2022 se estima que había unos 545 mil venezolanos en Estados Unidos y 450 mil en España. Paradójicamente, es en América Latina donde se concentra la mayor cantidad de venezolanos, unos cinco millones, aproximadamente.
Colombia, vecino de Venezuela, es el país que acoge a cerca de 2.5 millones de venezolanos migrantes y refugiados. Esto se explica, no sólo por la vecindad, sino porque había, en el pasado, una gran emigración de colombianos y familias a ese lugar, y muchos son binacionales.
Pero lo que casi resulta inexplicable es la presencia de cerca de un millón y medio de venezolanos en Perú, país pequeño, pobre y con una clase política que vive permanentemente al borde del abismo. No obstante, su economía crece, la inflación es de las menores en la región y no hay una devaluación significativa del sol, a pesar de la pandemia.
Según una última encuesta, en Perú 92 por ciento de los venezolanos varones trabaja y 71 por ciento de las mujeres, pero 80 por ciento no tiene contrato formal. Ahora resulta que la informalidad es tan elástica que puede absorber a más de un millón de personas en muy poco tiempo. El asunto es más complejo. En realidad, en Perú coexisten y se articulan de manera muy profunda las economías formal, informal y criminal. No son entes separados. La economía formal tiene componentes de informalidad y criminalidad y pasa lo mismo con las otras. El lavado de dinero y de activos se lleva a cabo en el campo de la economía formal e informal, y así por el estilo.
Este contexto peruano, demasiado informal y caótico, contrasta con Chile, el país con mayor PIB per cápita de la región y con un alto grado de formalidad, capitalismo neoliberal y mejores salarios. Sin embargo, los migrantes están huyendo de ahí. Hace una semana llegaron a Arica cientos de haitianos y venezolanos, con la intención de pasar a Tacna, Perú.
Eso es algo que ya habíamos visto antes, en el caso de los haitianos, que venían de Brasil y Chile después de haber vivido y trabajado por años en esos países. Hay un nuevo patrón migratorio de circulación continental, algo que ganaron a pulso millones, ya no sólo al establecerse en una nación, como era antes, sino a circular. Este proceso tiene su origen en la libre circulación que se logró en América del Sur, donde no se requerían ni visa ni pasaporte para hacerlo. La utopía de Unasur se la tomó en serio la gente.
Otra nación que experimenta nuevos patrones migratorios es Nicaragua. Tradicionalmente, los nicas iban a trabajar y a vivir a Costa Rica y, en menor medida, a Panamá, el sur próspero de América Central. Pero ahora, la dictadura de los Ortega ha disparado la emigración hacia México y Estados Unidos. En 2022 la patrulla fronteriza de Estados Unidos detuvo a 164 mil nicaragüenses, algo nunca visto.
La realidad nos obliga a replantear nuestras preconcepciones y analizar con detenimiento lo que pasa en la región y en cada país. Habría que preguntarse si las llamadas “causas estructurales” del sistema capitalista son las mismas durante el periodo neoliberal y cómo operan las causas de la migración en los llamados países socialistas de viejo cuño (léase Cuba y los del siglo XXI, como Venezuela y Nicaragua, que son los tres países con mayores flujos migratorios de la región).