Qué pesadilla puede vivir un equipo de beisbol en un solo partido, en un par de entradas. En ese juego donde algunos piensan que no pasa nada, sucedió todo. Ayer, Tigres de Quintana Roo sufrió un rally de 10 carreras en el sexto episodio y otro de ocho en el séptimo, donde los Diablos Rojos se ensañaron como si no quisieran dejar de pisar el plato como en un carrusel infinito.
Por segundo duelo consecutivo los escarlatas le ganaron a sus acérrimos enemigos, pero ayer por un marcador descomunal de 25 a 3 en el estadio Alfredo Harp Helú.
No se puede ganar todos los días a la diabla. Los nervios no lo resisten; no es recomendable para la salud. Si el viernes Diablos ganó el primero de la serie con una improbable resurrección en la última entrada, ya con dos strikes y dos outs, ayer fue una plácida tarde para los Rojos donde todo les funcionó con precisión de relojería; bueno, casi, en el octavo rollo el pitcher Reyes Moronta tuvo una pésima salida.
Los escarlatas eran ese alumno aplicado que responde el examen de manera impecable, mientras los felinos iban a los tumbos acumulando taches.
Otra vez, Japhet Amador estaba inspirado, transformado en la versión más ruda de sí mismo. La noche del viernes les dio la victoria a los Diablos con un jonrón de cuatro carreras en la última parte. Un palazo que según la información del ampáyer robot de nombre Trackman, hizo volar la pelo-ta por cinco segundos a 98.9 millas por hora para arrebatar una victoria a la diabla, es decir, con las uñas y al borde del abismo. Con esa inercia, el Gigante de Mulegé, Baja California, no sólo impulsó una y anotó otra, robó un sencillo con una atrapada casi posan-do con la rodilla al suelo, además tuvo la osadía de poner en aceleración sus 140 kilos de peso y sus 1.93 de estatura para robarse la segunda base y enseguida la tercera. Algo inusual en un cañonero nada rápi-do para recorrer las almohadillas.
Cuando todo funciona con semejante armonía es difícil introducir una dosis mínima de caos que los haga tropezar, que pierdan una atrapada, vaya, al menos algo que le desacomode un poco la gorra.
Como una crueldad del destino con Tigres, otra vez empezaron anotando en la primera entrada. Pero los escarlatas les respondieron con dos rayitas en la parte baja. Y de ahí se cebó el Diablo cruel con un timbre en la segunda, otros dos en la tercera, unos más en la quinta, hasta que llegó ese brutal sexto episodio donde no tuvieron piedad para asestarle 10 a un felino atolondrado. Como la tragedia no tiene límites para algunos, el séptimo fue casi tan terrible, con otro racimo de ocho timbres.
Tigres se marchó con una de las peores apaleadas que le ha dado Diablos en la historia de lo que antes se llamó la guerra civil.