Ciudad de México. Ubicada en el oriente de la Ciudad de México, en la alcaldía Iztapalapa, en lo que fuera el tiradero de basura a cielo abierto de Santa Cruz Meyehualco, con cerca de 180 hectáreas, la colonia Renovación es el centro de la pepena en la capital del país.
Los habitantes de la Reno, como le llaman, laboran desde hace décadas en la separación de desechos, kilo por kilo, para juntar un costal o una paca de materiales reciclables. “Es a lo que nos dedicamos para comer. Lo que para muchos es basura en sus casas, acá todo sirve”, explicó Margarita Islas Alvarado.
La mujer de 62 años ha convertido su casa en una bodega de distintos materiales: PET, vidrio, cartón, aluminio, ropa, zapatos y aparatos electrónicos, que mete en grandes costales en tanto junta la cantidad suficiente para venderlos.
“Se va pedacito a pedacito al costal hasta que se llena, y luego a buscar quién lo quiera comprar, quién te dé un pesito más”, explicó Margarita, quien asegura que por su manos han pasado toneladas de basura. “Acá todos nos dedicamos a la basura”, afirmó, y las calles y casas de la colonia, que albergó a finales de la década de los años 70 a más de 15 mil pepenadores, dan cuenta de una labor hormiga para “desbaratar” y reciclar todo aquello que los capitalinos desechan.
En avenida Michoacán y Calle 4 se concentran grandes centros de acopio en los que la pepena se realiza en la banqueta, donde se pueden ver montones de discos compactos, mobiliario de oficinas e incluso computadoras destartaladas y otros artículos electrónicos a los que se extrae cobre y otros metales, circuitos y plástico.
En las calles de la colonia, la mayoría con nomenclatura numérica, el paisaje se compone de costales y bolsas llenas de material frente a las fachadas o sobre los techos de las viviendas, que funcionan al mismo tiempo como centro de trabajo, pues allí es donde realizan la separación de residuos.
En la Reno, según el censo de 2020, hay 16 mil 300 personas, la mayoría de las cuales trabajan en el servicio de limpia de la Ciudad de México, ya sea como empleados de base, eventuales o voluntarios, o se dedican por su cuenta a la recolección de residuos, señaló Julio Miranda, de la sección 1, Transporte y Limpia, del Sindicato Único de Trabajadores del Gobierno de la Ciudad de México.
Casi todo objeto desmembrado, ordenado por tipo de material, tamaño e incluso color, como el vidrio, se acumula en cualquier espacio disponible de las viviendas y aceras de la Reno, antiguo feudo de quien fuera conocido como El zar de la basura, Rafael Gutiérrez Moreno, y donde aún vive su hija Norma, quien mantiene el control de la zona, señalaron vecinos.
Fundadora de la colonia hace ya más de 40 años, doña Margarita recuerda que su primera labor en un tiradero fue con su madre, cuando aún no cumplía siete años. “En aquellos años le llamábamos resoquear, porque cuando ya se iban los señores que trabajaban en los camiones de basura y se llevaban lo que ellos consideraban que les servía, nos íbamos al tiradero a desbaratar lo que podíamos encontrar, a pepenar lo que uno pudiera”.
Como trabajadores de la basura, afirma, “ya traes en el pensamiento que todo puede servir, que nos lo van a comprar en algún momento, aunque sea barato, porque va evolucionando todo. Si vas a juntar un costalito de fierro, pues hay que ir de a poquito: que si un tornillo, que si esto trae un cachito de fierro y así, hasta que juntas algo para ir a vender”.
Con más de medio siglo de experiencia recolectando y clasificando basura, señala que pese a la laboriosa tarea que realizan, “los precios están por el suelo. Un kilo de fierrito te lo pagan a 4 pesos, y hay que juntar mínimo unos 10 kilos para que te den 40 pesos. A los que nos dedicamos al kilo y no a las toneladas, que son los que tienen centros de acopio y terrenos grandes, nos dan lo que quieren por la pepena”.
Con una familia de seis miembros, todos dedicados a la recolección de desechos, apunta que muchas veces “no llegamos a los 100 pesos diarios, por eso creo que si privatizan la basura, nos vamos a morir de hambre.
“Cuando vamos con el carrito de basura por las calles, como voluntarios, hay veces que te dan una bolsa de ropa o unos zapatos, que si todavía tienen una reparación, ya sirvieron, y si no, pues se vuelven a ir a la basura. Todo eso debemos ir viendo para poder sobrevivir: ese es nuestro trabajo, el de los pepenadores.”
En la Reno nada se desperdicia. Bultos de PET (aunque cada vez menos, asegura, “porque en muchas colonias ya también la recolectan para vender y ya no la echan a la basura”) se acumulan al lado de pacas de cartón, papel, aluminio, ropa y plástico en la vivienda de Margarita, en medio del caos que genera la acumulación de un sinfín de materiales para su venta y reciclado.
En su casa-bodega, Margarita recuerda que en la Reno todo eran tiradero y terrenos baldíos. “La colonia ha ido cambiando. Antes eran puras casitas de lámina, ahora ya hay cuartos que hemos ido haciendo como podemos, de a poquito. Antes nadie tenía barda ni patio, ahora sólo cuando tienes mucha basura, pues ni modo, tienes que hacer la pepena en la calle”.
Son pocos los que, afirma, tienen una vivienda independiente de donde guardan los materiales reciclados. “Sí es incómodo, pero qué haces. Además nunca sabemos cuánto nos tardaremos en juntar un costal, y hay que irlo guardando, aunque pasemos por la orillita, porque aquí la basura vale”.