Madrid. La escritora colombiana Laura Restrepo reflexionó en un coloquio, en la sede en Madrid del Instituto Cervantes, sobre “el futuro de la felicidad”, esa aspiración humana que a veces por su contundencia se convierte en algo “utópico” o, como decía José Saramago, “ese sentimiento huidizo que apenas te roza y luego desaparece”. La novelista se mostró convencida de que la “felicidad contiene dosis grandes de rebeldía” y que por eso no sólo incómoda al poder, sino también le molesta y le teme.
En un debate en el que participaron los escritores españoles Jordi Gracía y Juan Antonio González Iglesias, este último poeta y traductor, se cuestionó si finalmente reflexionar sobre la felicidad y su futuro no tiene una cierta dosis de melancolía, debido al estado actual del mundo.
Restrepo, nacida en Bogotá en 1950 y autora de más de una docena de libros entre novelas, cuentos, ensayos y reportajes, explicó que, a su entender, “hay cierto freno por nuestra parte para aceptar la felicidad, para abrirnos a ella. Leonardo Sciascia dijo: ‘No es que yo sea pesimista, es que la realidad es pésima’. Tenemos una situación muy difícil, estamos entrando en tiempos milenaristas con la sensación de que el mundo se va acabar y que ahora parece que es bastante cierto, con la crisis medioambiental, la guerra nuclear con un estallido atómico en cualquier momento. La situación es muy difícil y, sin embargo, la propia dificultad da origen a la felicidad. Las propias carencias, la necesidad de recuperar lo que teníamos hasta hace poco, el hecho de recuperarlas nos da felicidad”.
La alegría de lo cotidiano
La autora de relatos como La novia oscura, Delirios o Demasiados héroes también habló de ese carácter utópico de la felicidad: “Pienso que la felicidad es un concepto demasiado absoluto y contundente. Sería utópico aspirar a ella, es como si la felicidad correspondiera a los dioses y, a nosotros los humanos, la alegría. La alegría de lo cotidiano, la alegría de la mesa en la que comemos, la cama en la que dormimos, la alegría de poderle poner sal y pimienta a la comida. La felicidad de ver los árboles verdes y la tristeza de lo que es no verlos. Pero quizá se necesita que estén secos para darnos cuenta de la alegría que nos producía este mundo verde, lleno de vida. José Saramago lo decía muy bonito: ‘no la felicidad, sino la caricia de la felicidad’. Un sentimiento huidizo que apenas te roza y luego desaparece”.
En cuanto a la relación entre el poder con la felicidad, Laura Restrepo advirtió que “la felicidad contiene dosis grandes de rebeldía, porque estar feliz es un derroche de energía, de rebelarse contra lo que se te impone, de ser capaz de superar las limitaciones. De mirar el lado bueno. Creo que la gente feliz es mucho más rebelde que la triste, que de alguna manera se somete más. La euforia de los pueblos que salen a pelear por sus cosas, de una multitud que exige sus derechos en una calle, siempre hay un temor a que eso se desborde. El poder teme a los desbordes de la felicidad y mucho más cuando es colectiva.
“Quizá la alegría, o la felicidad, vendría en el momento en que nos encontramos con los demás, enfocamos los problemas, pasamos por encima del poder que los niega o los minimiza y empezamos a buscar soluciones conjuntas. Veo también esa asociación de felicidad, de alegría, con la rebeldía, con no dejarse, con superar cualquier tipo de dominio o de sometimiento.”