La partida física de don Pablo González Casanova ha causado una gran consternación en la comunidad integrada en torno al conocimiento, en quienes formamos parte de la Universidad Nacional y en los amplios sectores sociales favorecidos con su solidaria cercanía. Y lo cierto es que, aun reconociendo su avanzada edad, la mayoría de sus seguidores guardábamos un profundo e imposible deseo por la prolongación de su larga vida.
Su personalidad, claramente comprometida con el análisis sociológico de México y nuestro continente, con la construcción del proyecto universitario de la segunda mitad del siglo XX y con los grandes proyectos emancipadores de las décadas recientes, deja una poderosa huella por su ejemplo y un consistente legado intelectual que sin duda trascenderá nuestro tiempo. Su estrecha relación con movimientos, tales como el zapatismo o el sindicalismo magisterial independiente, son clara manifestación de su libertad intelectual y del respeto que logró generar en propios y extraños. Ello se constata en su papel como rector de la UNAM entre 1970 y 1972, así como en su labor al frente de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, el Instituto de Investigaciones Sociales y el Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades.
Ya en estas páginas (www.jornada.com.mx/2021/12/17/opinion/017a1pol; www.jornada.com.mx/notas/2023/02/11/politica/don-pablo-101-anos-20230211/) he hecho referencia a las múltiples contribuciones del doctor González Casanova a la educación superior y a la Universidad Nacional. La creación del Colegio de Ciencias y Humanidades, del Sistema de Universidad Abierta y del Programa de Descentralización que dio lugar a las facultades multidisciplinarias, son solamente una muestra de su obra como creador de instituciones.
Además, González Casanova se convirtió en un claro propulsor de un modelo universitario vinculado a las mejores causas sociales de México. Debemos a don Pablo la defensa argumentada de una educación superior abierta a una proporción cada vez mayor de estudiantes; a una educación superior de alta calidad, al reconocimiento de la aptitud de todas las personas para recibir educación superior; a la necesidad de reconocer la multiplicidad de variables en el logro escolar; al reclamo al Estado para financiar la educación superior, y al valor intrínseco de la educación superior para los individuos y la sociedad. (“Algunos prejuicios sobre la educación superior”, Gaceta UNAM, tercera época, vol. II, núm. 22, 14/4/76).
Apenas iniciado el nuevo milenio y con poco más de 80 años, don Pablo publicaría su obra La universidad necesaria en el siglo XXI (México, Era, 2001, 168 pp). Dedicado a la memoria de su padre, González Casanova ofrece una sugerente idea de universidad que, además de cuestionar el modelo macroeconómico impuesto en México hace unas décadas, aporta planteamientos de gran vigencia. Así, ofrece una aguda lectura de la evolución del neoliberalismo en el ambiente internacional, así como de su concreción en México, la educación superior y la UNAM. Aludiendo a procesos como la privatización, la globalización y la mercantilización, plantea la clara línea de ascenso de un “capitalismo corporativo cuyos márgenes de libertad son mayores que en cualquier etapa anterior, dado el alto nivel de organización empresarial del conocimiento”.
La universidad que queremos, señala el sociólogo, ha de atender diversas dimensiones. Entre los temas académicos que señala, se incluyen la importancia de incluir efectivamente lo inter y multidisciplinario; que todas las escuelas (incluyendo las multidisciplinarias), cuenten con infraestructuras y programas de investigación; que el sistema de universidad abierta y a distancia sea fortalecido (tema premonitorio ante el escenario de la pandemia que cerraría las instituciones educativas entre 2019 y 2020); que los servicios universitarios y los sistemas de evaluación sean revisados y mejorados; que se alcance el equilibrio entre cultura general y conocimientos especializados; que los institutos y centros de investigación participen en la formación de nuevos cuadros, y que la libertad de cátedra e investigación sean respetadas.
En términos institucionales y de coordinación, señala la importancia de “que sepamos organizarnos para ser una gran universidad…, en términos cuantitativos y cualitativos”. En lograr una “mejor educación para más”. Y finalmente, en términos de gobierno el ex rector plantea la necesidad de que las decisiones sean construidas con la mayor participación de sus diversos actores. Don Pablo no es una persona de todo o nada, él plantea matices: “La democracia universitaria no es eso de un universitario un voto. Tampoco consiste en elegir por mayoría a candidatos que hagan campañas al estilo de los puestos políticos de elección popular”. Es posible, en cambio, democratizar las auscultaciones de ternas y mejorar los procedimientos de consulta de los consejos internos, técnicos y universitario, entre otras propuestas.
Hoy despedimos al universitario comprometido, pero también hoy con respeto y agradecimiento, recogemos el legado intelectual de un hombre que hizo de la Universidad Nacional y su país, un motivo de vida.
* Investigador del Instituto de Investigaciones sobre la Universidad y la Educación