Pablo González Casanova fue, entre otros cargos, director de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, rector de la Universidad Nacional Autónoma de México, promotor de su autonomía y fundador del Colegio de Ciencias y Humanidades (CCH). Fue defensor incansable de los pueblos originarios, ensayista e investigador agudo y profundo en el ámbito de las ciencias sociales; fue inspirador del tejido solidario entre los movimientos de los desposeídos y oprimidos del planeta, así como fundador y orientador de La Jornada.
Su muerte deja un vacío en México, en el continente americano y en el mundo.
A González Casanova le corresponde el honor más alto al que puede aspirar un intelectual revolucionario: haber aunado, hasta hacerlas indistinguibles, la teoría y la praxis, la reflexión y la acción. Analizó y estudió la sociedad y el país con el propósito de transformarlos. Su compromiso con las mejores causas se hizo patente desde que, como funcionario de la máxima casa de estudios, acompañó al movimiento estudiantil de 1968.
Años después refrendó principios al renunciar a la rectoría en 1972 por oponerse a sectores reaccionarios dentro de la universidad. Aunque su misión quedó trunca, dos años y medio como rector le bastaron para legar a los jóvenes y al país dos instituciones de inestimable relevancia, formadoras de estudiantes brillantes, y alineadas con el esfuerzo de llevar la educación a quienes se les ha negado este derecho: el CCH y el Sistema de Universidad Abierta.
Posteriormente, cuando en el ámbito académico muchos se guardaban toda crítica a las políticas neocoloniales para no molestar a las fundaciones multimillonarias que reparten generosas becas y cuantiosos subsidios a la investigación, don Pablo denunció sin titubear el injerencismo imperial, sus excesos, su crueldad y su afán de mantener sometidos a los pueblos del sur.
Cuando algunas mentalidades entendie-ron “la modernidad” como justificación para dar la espalda a las luchas emancipadoras de los pueblos cubano, venezolano o boliviano, él se mantuvo imperturbable del lado de los proyectos soberanistas y sociales, y señaló que lo que las élites denominan globalización no es sino el yugo del colonialismo posmoderno. Y mientras una intelectualidad que se decía crítica cedió a la seducción neoliberal y a la conversión de las ideas en mercancías, don Pablo miró con agudeza a través del espejismo propagandístico y exhibió a la oligarquía plutocrática embozada tras el régimen neoliberal.
El pensamiento social latinoamericano del último medio siglo sería incomprensible sin las aportaciones de este mexicano excepcional. Otro tanto cabe decir de su impacto en la academia, la política o el periodismo. Pero una de las facetas más destacables de su vida es su decidida defensa de los pueblos indígenas, sus derechos y su lucha por la autodeterminación. Este empeño marcó sus últimas décadas y le valió un aprecio que se reserva a quienes se hacen uno más dentro de las comunidades y a quienes ponen a su servicio el intelecto y el corazón.
Con su prestigio personal y el reconocimiento académico del que gozaba, don Pablo se unió al grupo de periodistas, escritores, artistas, científicos y luchadores sociales que en 1984 dieron vida a este diario, al que honró con su pluma hasta el final. Como rememoró tiempo después, fue él mismo quien, “con cierta irresponsabilidad”, propuso a sus amigos fundar un espacio de libertad en forma de periódico, idea feliz que puso en marcha el proyecto de esta casa editorial.
Hace ya casi 40 años trazó guías que nos siguen inspirando: no aceptar el optimismo autoritario ni la esperanza sin pensamiento crítico, no dejar que con la claridad cunda el desánimo, luchar por la justicia, la libertad y la independencia, pero no como valores abstractos, sino siempre con y para la gente, particularmente la más vulnerable, la más oprimida, la que se queda fuera de la foto en los discursos hegemónicos.
A lo largo de su existencia, que superó un siglo, Pablo González Casanova mantuvo en todo momento la congruencia y la fidelidad a sus principios y ya era, desde mucho antes de su fallecimiento, un indispensable de la historia. Gracias por su obra, por su ejemplo, por su lucidez y por el afecto que brindó siempre a este diario, don Pablo. Gracias por su vida.