Con ágil prosa, platicadita, realista no exenta de lirismo e imaginación –suave lirismo, viva imaginación–, el Hijo de Tierra Caliente que el guerrerense Homero Alemán Valenzuela es, de modestia gozosa y fruitiva existencia, remira su vida, fragmentos de su vida y de las de otros, para hacernos vivirlos, para hacernos, viviéndolos, sentirnos nuevamente vivos. ¿Y a qué vinimos si no a vivir? De ahí en más, lo que sea. Y lo que sea incluye el erotismo, el humor, el amor, el llanto, la tragedia…, los diminutos absolutos que vivimos a diario y a diario nos motivan a no perder el hilo de la inmensidad.
Hay en cada rincón de México, me dijeron un día, un universo. Me lo dijeron desde la agradable sorpresa ante una lectura no demasiado distinta de la que comentamos. Y sin embargo rigurosamente distinta: era otro universo, no menos mexicano, pero otro.
Textos hay, se sabe, que una vez abordados no se pueden soltar. Algo así pasa con este Hijo de Tierra Caliente, título que apenitas nombrado me hace revivir –veloces, en segundos– escenas, diálogos, sentires del libro, que, lo arriba señalado aparte, deja su sedimento en nuestro imaginario, se integra a nuestro repertorio mental, se hace, siendo muy él, nosotros.
Porque a nosotros se dirige, porque en él el autor dice, cortés pero sin cortapisas, lo que sus vivencias le han dicho, lo que de sus vivencias ha aprendido, y desde el lenguaje –ya atroz, ya tierno, ya como velado, como en modo translúcido– que esas mismas vivencias le han comunicado, lenguaje no menos de signos que de símbolos, hecho tanto para los ojos que descifran grafías como para los que contemplan honduras, alturas, extensiones en cada precisa brevedad (lo mismo para ojos educados, escolarizados, avezados incluso, que para los que nada han aprendido aparte del oficio de mirar desde el mirar originario).
Chamaco llorón que alardea de cobarde, Homero Alemán Valenzuela es un hombre valientemente alegre. ¿Cómo no serlo con tales experiencias, terribles o exultantes o, según, las dos cosas, cómo no si –por intuición, ínsita e ignorada sabiduría, abierta percepción o disposición acaso natural– todas trascendidas y algunas trascendiéndose (con más tacto que tientos o tanteos, más contacto que cálculo)?
Lección de vida, diríase, cada texto de los que conforman este libro, y a mi ver –ni modo, así lo veo– todo el libro.