Del dicho al hecho los dueños de las mercancías comunicacionales e informativas se las ingeniaron para congelar la aplicación de las recomendaciones consensuadas por el Informe MacBride. Los monopolios dominantes, y sus gobiernos serviles hicieron hasta lo imposible para neutralizar la Resolución de Belgrado, aprobada en 1980 por la Unesco, que ratificó 11 principios: 1) eliminación de los desequilibrios y desigualdades; 2) eliminación de los efectos negativos de determinados monopolios, públicos o privados, y de las excesivas concentraciones; 3) remover de los obstáculos internos y externos para un libre flujo y más amplia y equilibrada diseminación de informaciones e ideas; 4) pluralidad de fuentes y canales de información; 5) libertad de prensa y de información; 6) libertad para los periodistas y todos los profesionales; 7) preparación de los países en desarrollo para lograr mejoras en sus propias situaciones, sobre todo respecto de la adquisición de equipamiento propio, capacitación del personal, recuperación de infraestructura; 8) compromiso sincero de los países desarrollados para ayudarlos a alcanzar dichos objetivos; 9) respeto a la identidad cultural de cada pueblo y al derecho de cada nación para informar al público internacional sobre sus intereses; 10) respeto al derecho de todos los pueblos para participar del intercambio internacional de información, basándose en la igualdad, justicia y beneficio mutuo, y 11) respeto al derecho de la colectividad, así como de los grupos étnicos y sociales, para tener acceso a las fuentes de información y participar activamente en los flujos de comunicación. Pero, “los muertos que vos matáis gozan de buena salud”.
Ha sido fracturada la relación entre teoría y práctica que el Informe MacBride exige como indisoluble. Algunas de las más avanzadas propuestas para la democratización de la comunicación y la información fueron anestesiadas para impedirles la acción directa desde las bases y para desorganizar la intervención concreta sobre las superestructuras. El informe Un solo mundo, voces múltiples ha sido atacado, usando los propios vicios monopólicos que estudió, interpeló y sometió a escrutinio mundial. En la teoría el Informe MacBride permanece vigente y en la práctica permanece ausente. Y aunque sus tesis siguen siendo vigorosas con objetivos aún motivadores y con motivaciones francamente inspiradoras, están faltando comunicación política y políticas de comunicación para su ascenso a la práctica. Hasta hoy los expertos se han especializado en explicar el desastre monopólico… de lo que se trata es de transformarlo.
Una de las anestesias más frecuentes es el escepticismo burgués que, con todo género de argucias, predica que nada puede hacerse contra el bloque monopólico de los “medios” y que todo intento termina en palabrerío demagógico. Incluso con discursos progresistas, de no pocas voces emblemáticas de la resignación. En otros ámbitos el informe es reducido a pieza decorativa de bibliotecas y bibliografías, como antigualla académica o carta de “buenos propósitos”. Algunos entendemos que la batalla en los campos de la guerra mediática tiene en el informe una herramienta que aporta capítulos importantes en la secuencia de combates que han de librarse hasta una real y duradera práctica democratizadora de los medios, los modos y las relaciones de producción de sentido. Con lo deseable, lo posible y lo realizable. Adolfo Sánchez Vázquez dixit.
Arremetieron contra las experiencias de lucha antimonopólica y colonialista; silenciaron las corrientes de investigación y acción crítica de base; doblegaron a las generaciones posteriores y distorsionaron las premisas y fuerzas metodológicas desarrolladas para la democratización de la comunicación. Implantaron como modo de vida y valor moral de clase la degradación de la actividad científica y el quietismo. Condenaron esto al utopismo. Había que congelar los entusiasmos a cualquier precio. Inyectaron odio para defender negocios de alienación informativa, imperialismo cultural, falacias noticiosas y mercadeo impúdico. EU incluso rompió con la Unesco para frenar la crítica al colonialismo y a las evidencias sobre los tóxicos monopolios descritos en el informe.
Hay quienes piensan que la práctica del informe quedó congelada porque hubo mucha pasividad de nuestro lado ante el excesivo injerencismo de gobiernos que convirtieron la libertad de expresión, de todos, en libertad de propaganda propia. Que los llamados “gobiernos nacionalistas” o “populistas” terminaron siendo usinas de manipulación de la opinión pública. Que con todo eso, la práctica quedó paralizada funcionalmente para que las demandas comunicacionales de las organizaciones alternativas, comunitarias y de base social verdadera, se ahogaran en indiferencia y maltrato. Que las propias “leyes de comunicación” fueron incapaces de convertirse en el ascenso de la teoría hacia la práctica según proclamó el informe. Que la práctica se congeló, también, para impedir la vida expresiva propia y diversa de una miríada de organizaciones sociales de base. Triunfó la lógica de la mercancía.
¿Quedamos maniatados? Ni todos ni siempre. El mercado monopólico de las mercancías simbólicas, como ha proliferado como amenaza contra las democracias, es prueba irrefutable del congelamiento del informe en su necesidad de práctica transformadora concreta. Para colmo, una catarata demagógica inventó su propio “nuevo orden comunicacional” para que, bajo sus oleajes salivosos, permanezca intocado el viejo orden informativo infiltrado en programas universitarios, escuelas, facultades e “industrias culturales” y organizaciones políticas. Pero, insistimos: el informe será vinculante o será (palabrerío) nada. Su ascenso a la práctica está por venir. ¿Quién dijo que todo está perdido? “Se tendrá que caminar paso a paso, llenarse de paciencia y recorrer un largo itinerario antes de crear estructuras, aplicar nuevos métodos y generar una nueva mentalidad”: Sean MacBride.
“Uno de los defectos más extendidos de la comunicación es la ausencia de la participación del público en la administración y la toma de decisiones”: Nomic.
*Director del Instituto de Cultura y Comunicación y Centro Sean MacBride. Universidad Nacional de Lanús. **Quinta entrega del proyecto conjunto entre La Jornada y el Instituto de Cultura y Comunicación y Centro Sean MacBride de la Universidad Nacional de Lanús, Argentina.