A manera de un tercer capítulo de nuestro análisis de la economía global, podemos afirmar que las crisis financieras mundiales siempre se han expresado en crisis de insolvencia de los países más rezagados, y esta vez no es la excepción. Según el Fondo Monetario Internacional (FMI), las altas tasas de interés de los principales bancos centrales ya comenzaron a impactar en las tasas internas de las economías de los países subdesarrollados lo que, en primer lugar, ha repercutido en el costo de las deudas gubernamentales de esas naciones, que se ha disparado, comprometiendo sus ya de por sí exiguas posibilidades de desarrollo.
Esto significa que, como siempre ha ocurrido, son las economías más rezagadas las que han recibido los efectos lesivos de las políticas públicas de los bancos centrales y de las decisiones de los grandes fondos de inversión internacionales. Al subir los bancos centrales las tasas de interés revierten –o cuando menos contienen– la inflación de las economías nacionales, un efecto benigno, pero al mismo tiempo encarecen el costo de la deuda de los países subdesarrollados, la mayoría con certificados de deuda de corto, mediano y largo plazos.
Esto obliga a los bancos centrales a contar con capital adicional para hacer frente a estos escenarios de altas tasas de interés y protegerse de lo que los financieros llaman shocks de liquidez. Concretamente, en la situación actual, caracterizada por una inflación contenida, pero todavía alta y de elevadas tasas de interés, los bancos centrales (el Banco de México en nuestro caso) deben tener muy presente sus activos bancarios y las provisiones necesarias para hacer frente a esta combinación tóxica de altas tasas de interés y crisis de liquidez.
Esa es la principal conclusión del FMI en la última edición del Global Financial Stability Report, así como la primera recomendación del consejo directivo de dicha organización internacional en cuanto a la conducción, diseño y ejecución de las economías nacionales. Altos índices inflacionarios y altas tasas de interés significan mayores costos de producción para las economías nacionales y, en lo individual, las empresas, lo que termina impactando en el poder adquisitivo de las familias.
Para decirlo en sus propias palabras: “Los niveles más altos de inflación y las crecientes tasas de interés están poniendo a prueba el sistema financiero en un momento en que la inflación, en muchas jurisdicciones, se mantiene de forma inquietante por encima de las metas de los bancos centrales”.
De manera coincidente, para expertos de la Organización de Naciones Unidas, las altas tasa de interés en el mundo provocan “niveles de sobrendeudamiento sin precedentes en los países en desarrollo y los exponen a importantes riesgos financieros”.
En términos cuantitativos, esto quiere decir que el ciclo de alzas en las tasas, tanto en Estados Unidos como en Europa, “costará a los países en desarrollo más de 800 mil millones de dólares”, de acuerdo con los cálculos de los expertos de ese organismo internacional.
Respecto a la región, de las cinco economías más grandes, según las proyecciones de estos expertos, Chile tendrá el peor desempeño este año, con una contracción del producto interno bruto (PIB) proyectada de –0.7 por ciento. México, Brasil, Colombia y Argentina crecerán 1.5, 0.8, 1.1 y 0 por ciento, respectivamente. El limitado crecimiento se debe, fundamentalmente, a la elevada inflación que todavía aqueja a esta parte del mundo desde 2021, luego de la crisis sanitaria por el coronavirus. Los bancos centrales, como señalé al principio de esta reflexión, han respondido con un incremento de las tasas de interés, las cuales han encarecido el costo del dinero y, en consecuencia, han deprimido el poder adquisitivo del salario.
Conclusiones semejantes acerca de la economía de la región tiene el Banco Mundial que, a través de Carlos Felipe Jaramillo, vicepresidente de ese organismo para América Latina y el Caribe, señala que “la región en gran medida se ha recuperado de la crisis de la pandemia, pero lamentablemente ha vuelto a los bajos niveles de crecimiento de la década anterior”. En este sentido, recomienda a los tomadores de decisiones de las economías locales acelerar “urgentemente el crecimiento inclusivo, para que todos se beneficien del desarrollo, lo cual requerirá mantener la estabilidad macroeconómica y aprovechar las oportunidades que hoy ofrece la integración comercial”.
En su Informe Económico sobre América Latina y el Caribe 2023, el Banco Mundial señala que el PIB de la región crecerá 1.4 por ciento en 2023 y 2.4 por ciento el próximo año. Estas tasas de crecimiento son un diagnóstico con el que coincidimos, “demasiado bajas para lograr progresos significativos en la reducción de la pobreza”.
En el caso particular de México, el FMI proyecta un crecimiento económico de 2.5 por ciento, desde el 2.7 por ciento estimado en enero pasado.
En suma, hoy más que nunca los estados nacionales, en especial los gobiernos de los países en desarrollo, como el nuestro, deben estar preparados para no ser avasallados por la inestabilidad de los mercados financieros y, sobre todo, por el encarecimiento del siempre volátil capital financiero, con el fin de no socavar sus posibilidades de un necesario crecimiento que otorgue una respuesta a las legítimas demandas del pueblo de México, especialmente de los deciles más bajos de la pirámide de ingresos.
* Presidente de la Fundación Colosio