Imaginémonos en acción para promover el rescate de las milpas prehispánicas, únicas en el desarrollo de la humanidad. Un rescate de algunas de sus múltiples versiones en entornos biogeográficos donde habrían sobrevivido ciertos saberes del coloniaje económico, cultural y emocional de siglos Imaginémonos, jóvenes u octogenarios, movidos por la curiosidad o la certeza, dando la primera o las últimas luchas por la más noble de todas las tareas: la producción de alimentos, en cantidades suficientes para millones de personas de acuerdo con sus culturas milenarias y necesidades vitales, así como a las leyes naturales de equilibrio de las especies y del planeta “azul” que nos dio origen.
Imaginemos que, finalmente, tenemos una dirección y una meta múltiples, variadas, placenteras y amorosas, en las cuales podemos invertir todas o algunas de nuestras cualidades naturales, encontrándonos mutuamente en los cruceros de la creatividad real, más allá de los conocimientos técnicos que sustituyen las propias fantasías con diseños ajenos a nuestro sentir. Imaginemos que construimos historia digna de ser contada a las generaciones futuras con sólo una acción coherente sobre el principio de que la alimentación es la fuente de la vida y que su variedad es la base de las culturas del mundo: de sus orígenes, su evolución y del futuro de la humanidad por venir.
Porque, de lo contrario, tendremos que responder que nunca hicimos nada cuando nos enteramos de que en el siglo XXI el monto de la masa económica que surge de la acción humana en nuestro planeta se distribuye aproximadamente así: en primer lugar, por la industria de alimentos (más bien de comestibles, que incluyen los que sí alimentan y los que no); en segundo lugar por la industria de armamentos; en el tercero, por las industrias farmacéuticas y letales (drogas); en el cuarto, por el tráfico de personas y de sus órganos, y en quinto lugar, las especulaciones financieras... Información que incita a salir corriendo hacia otras galaxias, y, por qué no, a querer contribuir en mejorar algo por medio de la acción creativa y solidaria con quienes sí saben qué hacer.
Una acción que está al alcance de cualquiera cuando se compromete a boicotear la industria de los comestibles no alimenticios, una que contribuya a producir y/o a consumir los verdaderos alimentos, provenientes de los saberes anteriores a la producción capitalista, cuando en tres cuartas partes del Globo no se practicaban los monocultivos y aún no se sometían al coloniaje mental y cultural de la “modernidad” europea, cuyo fin siempre fue, y es, la máxima ganancia con el mínimo esfuerzo de unos pocos (los poseedores del látigo entonces y ahora del capital).
En México necesitamos informar y convencer a los buenos gobernantes de que la masa de alimentos constituidos por una sola o dos variedades (de maíz y frijol o arroz, por ejemplo) NO resuelve el hambre, ni la salud, ni la pobreza, ni la tristeza , sino que son las milpas complejas, de seis a 10 elementos, que emplean el trabajo de comunidades enteras durante partes del año, dejándoles tiempo para crear cultura y formar a las nuevas generaciones en un modelo humano social viable. Un modelo completamente opuesto al que hoy seguimos, con increíble inercia, en la masa de casi todas las sociedades contemporáneas.
¿Por qué no imaginar que podemos (hasta poder hacerlo) recuperar el ideal de una nueva sociedad mexicana, sembrando aquí y allá, en descampado, selva, desierto..., no semillas ni plantas, sino la certeza en los pobladores originales, de que es con ellos que esta nación podría cambiar positivamente, guardándolos en México (y recuperando a muchos de sus valiosos migrantes) con sus saberes y prácticas ancestrales? ¿Por qué no trabajar para regresar la confianza en sí mismos a los campesinos mexicanos y a la vez desplegar una campaña de desprestigio de las tecnologías modernas que les inculcaron como valores sus colonizadores en tierra mexicana y extranjera?
Necesitamos recuperar mental y culturalmente a las nuevas generaciones. Pero si no empezamos ya a actuar, moriremos sin ver nuestro papel potencialmente virtuoso, arrepentidos de haber perdido el precioso tiempo que nos fue concedido.