Crece la plaga de juececitos federales a las órdenes de grupúsculos animalistas fantasmas, convencidos de que prohibir las corridas de toros salvará al planeta de sus desventuras. Es el carcomido marco de lo que hemos denominado justicia payasa, esa que disfrazada de bufona embaucadora invoca respeto por los animales −en abstracto− sin respetar la inteligencia, ni propia ni ajena. Entre tanto, millones de seres humanos siguen clamando por el derecho humano a condiciones de vida menos siniestras, pero estos juececitos prefieren prohibir corridas sin que nadie los demande por daños y perjuicios.
Primero suspendieron la mediocre actividad de la Plaza México, luego prohibieron una corrida organizada y anunciada en Teziutlán, Puebla, y ahora pretendían prohibir los festejos taurinos en San Cristóbal de las Casas, Chiapas. En este último caso, una presidencia municipal con criterio supo distinguir entre gustos personales, crueldad deliberada y tradiciones ancestrales, dejando sin efecto la suspensión otorgada, ahora por una comedida juececita que atendió la demanda de amparo promovida por ¡una persona física ajena al municipio!
Tan justiciero panorama anima a que en interminable cola nos formemos variopintos demandantes a solicitar cadena perpetua y devolución de lo robado a las legiones de cumplidos funcionarios que han saqueado este país, incluidos los de Coahuila, aunque sólo sea un ex secretario de Finanzas y la piscacha de dinero recuperado por la justicia gringa −unos 5 mil millones de pesos− no sea para los coahuilenses sino para “el combate a las drogas”.
Haiga sido como haigasido, que dijera el mandatario taurino de clóset hoy cobijado por su madre patria, Tauromaquia Mexicana convoca a los aficionados del país a la entrega de 30 mil firmas recabadas en defensa de la cultura y de nuestras tradiciones en la sede de la Asamblea Legislativa de la Ciudad de México, en Donceles y Allende, Centro Histórico, el próximo martes 18 a las 8 de la mañana, donde algunos legisladores saldrán a recibir la constancia de ese rechazo masivo a una prohibición tan antojadiza como infundada, aunque la Plaza México, por superiores designios, continúe cerrada hasta nuevo aviso.
Un pronóstico ¿involuntario? Me topo con un breve y estremecedor texto escrito en los años 30 del siglo pasado por el novelista y dramaturgo Enrique Jardiel Poncela (Madrid 1901-1952) en el que alude a Juan Belmonte en estos términos: “Ha tenido cogidas: una de ellas muy mala, / amigo de Tapia y de Pérez de Ayala. / Le encanta hablar de letras con los intelectuales. / Su nombre ha andado impreso por todos los diarios, / y ha ganado dinero por matar animales: / exactamente igual que los veterinarios. / A este hombre, que ha causado tanto y tanto alboroto, / le tachan de ‘fenómeno’ y dicen la verdad, / porque es, según opina toda la ‘humanidad’, / un fenómeno sísmico, léase ‘terremoto’. /
“El español castizo le venera y le admira, / y una corte entusiasta lleva siempre detrás. / Todas las temporadas dice que se retira, / y en vez de retirarse, se arrima mucho más. / Su sangre, que es la misma que nutriera a los moros, / le empuja al dinamismo y le agita y le inflama; / y acaso cuando deje de luchar con los toros / se encierre en su despacho para escribir un drama.”
Transcurridos 30 años de aquel vaticinio ocurrente, y aquí está lo crispante, Juan Belmonte decidió quitarse la vida en el despacho de su cortijo de Gómez Cardeña. Jardiel Poncela no lo pudo comprobar pues había fallecido 10 años antes.