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Cultura

2023-04-15 06:00

Las plantas sonríen

Portadas de la playlist y del libro recomendado por el Disquero en estas páginas.
Portadas de la playlist y del libro recomendado por el Disquero en estas páginas.
Periódico La Jornada
sábado 15 de abril de 2023 , p. 12a

¿Por qué los seres humanos han sentido a lo largo de la historia la necesidad de construir jardines?

Porque nos proporcionan bienestar y porque la utopía se respira en todos los jardines del planeta, y porque la utopía es sinónimo de esperanza. Crear un jardín nos conduce a la utopía, a un mundo mejor, a la felicidad.

Esa es la tesis central de un hermoso libro por el que hoy vuelven a sonar las plantas en el Disquero: recomiendo con fervor este tesoro: Jardinosofía: Una historia filosófica de los jardines, de Santiago Beruete, antropólogo y filósofo quien escribió este libro así:

“Podar, cavar, plantar, ayudan a desarrollar virtudes como la paciencia, la tenacidad y la gratitud, que se nos antojan requisitos indispensables para conseguir que germine, florezca y fructifique un texto.”

Recomiendo, para acompañar esta lectura, la playlist titulada Classical Garden: The Perfect Classical Tunes for Pruning, Planting and Putting your Feet Up: Los pasajes musicales ideales para podar, plantar y ponerse cómodo; son cuatro horas y 41 minutos de música exquisita, amorosa, sublime, ideal para escuchar mirando, palpitando, respirando con nuestras plantas, en nuestro jardín interior.

Nuestra lista de hoy se inicia con Bach (con quién más), continúa con Debussy, sigue con Mozart: quien más para sonreír y ver sonreír a nuestras plantas, porque basta con decir Mozart para que uno sonría.

Hay piezas sublimes y significativas en la playlist que ahora recomiendo, por ejemplo una obra de William Walton cuyo título dice todo: Touch her Soft Lips and Part.

Y con esta música, la lectura del libro que hoy aquí reseño y recomiendo, caminemos por un jardín laberíntico y hermoso.

Leemos en la página 247: “(Mircea) Eliade señala que la función primordial del laberinto era proteger el centro, entendido como una vía de acceso a la sacralidad, a la vida eterna y a la auténtica realidad de las cosas. Los vaivenes del camino equivaldrían a las pruebas iniciáticas. Afrontar los peligros y salir airoso de los desafíos posibilita la renovación interior y una nueva existencia”.

En las bellas, intensas, 533 páginas de su libro Jardinosofía, Santiago Beruete nos conduce por los laberintos de la historia: 24 capítulos (igual que las horas de una jornada) en cuatro apartados: desde la antigüedad clásica al medievo; del Renacimiento al barroco; siglos XVIII y XIX, de Arcadia y Utopía; y del siglo XX al futuro. Esos son los cuatro apartados.

El libro es un jardín, por cierto. No solamente por el tema: tiene movimiento (¿usted es de los que son capaces de ver a sus plantas moverse, crecer, sonreír? Avisen, para ser amigos), tiene respiración vegetal, en vez de tinta está escrito con savia, clorofila, florecitas y hojas, y en cuanto nos sentamos a leerlo, entablamos diálogo de inmediato: hacemos juntos fotosíntesis.

El jardín, escribe Beruete, es en tanto que obra de arte viva dotada de compleja simbología, “un artefacto cultural y una sofisticada creación intelectual y, por consiguiente, una materia de reflexión filosófica”.

Los antiguos filósofos griegos enseñaban caminando por senderos de jardines. Ese arte de pensar con los pies se ha perdido. Este libro invita a recuperarlo: “A medida que avanza por el sendero, el paseante recorre también un itinerario mental y a la par que va leyendo el paisaje, se impregna de sensaciones e impresiones.”

Si uno lo medita con cuidado, invita Beruete, todo jardín formula una teoría estética de la belleza y una visión ética de la felicidad. Muchos jardines, en efecto, parecen representar un símbolo de la armonía y una metáfora de la buena vida, además de una imagen del mundo y una obra de arte viva.

No en balde sir Francis Bacon formuló que la jardinería es uno de los placeres más genuinamente humanos: “The purest of human pleasure”.

Si, como sugiere Aristóteles, los hombres aspiran por naturaleza a la felicidad, parece lógico y razonable que busquemos un lugar donde hacer realidad ese íntimo anhelo de paz y dicha. El jardín, todo jardín, nuestro jardín, permite soñar con un mundo mejor.

Tras el deleite que nos produce contemplar las plantas y las flores dispuestas con mano sabia, valora Beruete, “se encubre la felicidad ilusoria del orden y el sueño de hallarse a salvo de las usuras de la vida y los vaivenes del destino, sin preocupaciones ni inquietudes”.

Sucede con la música lo mismo que con las plantas: el efecto positivo de la belleza sobre la sique humana estimula los sentidos, serena la mente y sana el corazón maltrecho.

Perseguimos un proverbio persa: quien construye un jardín se convierte en un aliado de la luz, ningún jardín ha surgido jamás de las tinieblas. Es por eso que Jenofonte introdujo el término persa parádisoi para referirse a esos “lugares llenos de todas las cosas bellas que ofrece la tierra”.

Tan placentero, enriquecedor y sublime es contemplar nuestras plantas como lo es la escucha del aria inicial de la primera Suite para violonchelo solo de Bach, o el momento de gran intimidad de la Gran Partita de Volfi Mozart, o el adagio de su Concierto para Clarinete y todo el tiempo Bach, siempre Bach y ese es el contenido de la playlist que hoy recomiendo a la par del libro que disfrutamos tanto: Jardinosofía.

Además de los cuatro apartados que mencioné, este hermoso libro incluye, de la página 367 a la 404, un glosario bello; en la 405 su Dramatis Personae; de la 451 a la 473 una rica bibliografía y de la 475 a la 533, sabrosas notas.

Propongo a mi vez mi propia bibliografía, que no viene en este libro, pero que recomiendo igual: Loa a la tierra: Un viaje al jardín, del sabio Byung-Chul Han, editorial Herder. La mirada de las plantas, literatura fantástica, de Edmundo Paz Soldán, en Almadía. En ese jardín que amábamos, de Pascal Quignard, en El Cuenco de Plata: “No me siento infeliz en el fondo de mi tristeza. Incluso, por decirlo así, me siento encantado en este jardín que amábamos”. La Nación de las Plantas, del experto en neurobiología vegetal, Stefano Mancuso, en Galaxia Gutenberg, donde viene la Declaración de los Derechos de las Plantas. De plantas y animales, de Ida Vitale, en Tusquets, libro de belleza elegante, como toda la escritura, bella, de Ida Vitale. La sabiduría del jardinero, de Gilles Clément: “Quizá el jardinero no sea quien hace perdurar las formas, sino quien hace perdurar el encanto”. Lo dice el viejo proverbio chino: Si quieres ser feliz una hora, / bebe un vaso de vino; / si quieres ser feliz un día, cásate; / si quieres ser feliz toda la vida, / hazte jardinero.

Y lo confirma el viejo adagio japonés: Esokeniké.

Los jardines, pone orden Berueto, expresan un ideal de vida y un modelo ético, una metáfora intemporal de la buena vida, una representación sensible de la realidad y un valioso documento de los sueños de perfección social.

Un jardín puede ser una simple maceta, varias macetas, o ninguna: piense usted, hermosa lectora, amable lector, en un flos campi de lavandas, lilis, dientes de león y la flor de su preferencia: he ahí su jardín, su íntimo jardín.

Repitamos: cultivar plantitas a su vez cultiva muchas de las virtudes asociadas desde tiempo inmemorial a la buena vida, tales como la constancia, la paciencia, la humildad y la gratitud.

Concluyo con Beruete: Jardinería y filosofía restauran cada una a su manera nuestra confianza en el mundo, nos renuevan por dentro y revitalizan nuestras energías hasta el punto de hacer más grata y reflexiva nuestra existencia.

Sigamos escuchando nuestra playlist, continuemos el camino del placer. Dialoguemos con nuestras plantas leyendo el hermoso libro de Santiago Beruete: Jardinosofía. Parafreseemos aquel proverbio de José Martí de escribir un hijo, tener un árbol, plantar un libro (¿o cómo era?, je): plantemos una planta, escribamos una planta, tengamos una planta. Seamos muy felices.

disquerolajornada@gmail.com

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