Abril de 2005, hace justo 18 años, fue un punto de quiebre en la historia reciente, cuando el domingo 27 de entonces, una multitud frenó un acto autoritario a través de una protesta pacífica. El Zócalo capitalino se colmó de personas cuyo objetivo era oponerse al desafuero de Andrés Manuel López Obrador, entonces gobernante de la Ciudad de México, promovido por la Procuraduría General de la República de Vicente Fox.
El caso, por sus consecuencias vigentes, amerita desentrañarse. La PGR de Fox solicitó el juicio de procedencia contra el jefe de Gobierno en mayo de 2004 por el presunto delito de “desacato” a un juez por “no detener” una obra pública. El caso era una engañifa: la orden no se desacató, la obra se detuvo (y se construyó alternamente), mientras la revisión pericial mostró que el terreno en litigio no era siquiera propiedad del quejoso (Federico Garduño, quien, por cierto, era amigo de Fox y había estado preso en 1993).
El fondo fue otro: tratar de enjuiciar sin base a López Obrador, encarcelarlo y evitar que fuera candidato presidencial en 2006. El caso era un golpe autoritario, agravado como regresión antidemocrática en el contexto de la alternancia: tras la derrota del PRI en 2000, se esperaba una transición en que ninguna contienda electoral se contaminara otra vez con exclusiones arbitrarias.
¿Por qué el desafuero marcó la historia presente? Primero, porque demostró que la democratización en México fue una inercia más social que partidista: no fue sólo la ley, sino también una cauda ciudadana movilizada la que contuvo a la prepotencia golpista de Vicente Fox y el PAN. Segundo, porque ese episodio puso en entredicho la transición: el gobierno federal, a partir de 2003, invirtió recursos logísticos y monetarios del Estado para excluir a un adversario, en un proceso cuyo corolario fue el desafuero, pero que se inició con otras urdimbres legales y mediáticas (paraje San Juan, videoescándalos); lo que mantuvo vivas inercias del viejo régimen.
El tercer elemento es fundamental: el desafuero significó el inicio de la conversión de una movilización de protesta en un movimiento político más estructurado. Sin esperar instrucciones de partidos, esa cauda ciudadana opuesta al desafuero comenzó a dotarse de organización, mediante círculos de estudio, foros, reuniones vecinales, donde se discutía qué hacer contra la arbitrariedad foxista y para impulsar un proyecto de nación encabezado por López Obrador. Abril de 2005 fue chispa de una llama creciente: la movilización contra el desafuero; las Redes Ciudadanas y la Convención Nacional Democrática en 2006; el gobierno legítimo en 2007; el Movimiento en Defensa del Petróleo en 2008, todos precedentes que derivaron en el movimiento que, con Morena como instrumento principal, en 2018 triunfó en urnas contundentemente.
Si bien ese movimiento tuvo objetivos distintos y elementos criticables, sus adversarios centrales lo han tratado siempre mediante prácticas turbias. De ahí la reunión de Fox con Roberto Madrazo y Martha Sahagún en 2004 para fraguar “cómo detener como sea a AMLO”. Frase que es preludio del aserto de que a AMLO hay que frenarlo por la buena o por la mala, de Jorge Castañeda, en 2005, y del credo antidemocrático de Calderón en 2006: “haiga sido como haiga sido”. Reveladores exabruptos cuyo correlato autoritario fue el uso de instituciones públicas para pergeñar contra su adversario acoso judicial, espionaje intimidatorio (con la policía de Santiago Vasconcelos); colusión ilegal con empresarios, fraude, y las campañas sucias más caras de la historia en 2005 y 2006, cuya estela de calumnias mantuvo vigencia todo el sangriento sexenio de Calderón y se reditaron en 2018 tanto en medios tradicionales como en estratagemas subrepticios estilo la Operación Berlín. Este intento de exclusión antidemocrática no tiene equivalente. Nadie del espectro de las derechas mexicanas ha recibido tal trato autoritario en tiempos recientes. Pese a ello, se insiste en que hoy el Presidente insta a “la polarización”. Esa postura es errónea y remite a una usanza añeja. Durante el desafuero, cuando toda la evidencia mostró que se trataba de una bajeza, de todos modos el foxismo –vía Rubén Aguilar– llamaba “provocaciones” a las acciones de AMLO en su defensa. Pese a que en 2005 70 por ciento de la sociedad se oponía al desafuero, de todos modos el foxismo acusó que AMLO “polarizaba” (aunque sólo una minoría muy pequeña validaba ese acto autoritario) y le imputaba que al defenderse generaba “crispación”. Hoy el escenario cambió, no hay exclusiones autoritarias. Lo que sí persiste es ese fenómeno acendrado en las derechas en 2005: llamar “polarización” a cualquier fenómeno que las enfrente. En esa coyuntura, donde tenían el poder institucional, fueron capaces de lo que sea para marginar a un adversario. Hoy están en la oposición y con menor margen de maniobra, pero sus intenciones son similares a las del desafuero, cuya estela –¿o más bien resaca?– anega muchas voces que, siendo victimarios ayer, buscan disfrazarse de víctimas hoy.
* Académico de la Universidad de Hradec Králové, República Checa. Autor del libro Las raíces del Movimiento Regeneración Nacional