Carlos Fuentes en la línea filosófica de Michel Leiris, en su libro La tauromaquia, esp ejo de la literatura, resucita el toreo de verdad, el erótico que se transforma en pintura y literatura, el de los toreros machos y las cómicas de campanillas.
En el recuerdo, las tertulias después de las corridas, los alientos tristes al empuje del aire que llegaba desde la piel de los pechos gitanos y eran canto que erizaba el vello y resbalaba por el cuerpo en sentimiento y sensaciones descubiertas a cada instante, notas y sonidos musicales recreando sinfonías, vivas constelaciones que el azar formaba y deshacía en nuevas formas y sonidos en el pentagrama musical de la piel.
Escritura que se enlazaba, se desenlazaba y se perdía con fino tacto en la epidermis; ansia de ternura escondida, conmoción de vacilante brillo, tonos y matices al transmitir melodías de orquestación sublime, oscuro espacio luminoso, vuelo de mariposas revoloteando por el cuerpo en repetición compulsiva.
Poesía que no residía ni en el estilo, ni en el modo de narración, ni en la sintaxis, sino en la historia que cuenta el poeta torero; creación de sueños diurnos, fluir inasible, superación de barreras entre yo y los demás.
Hambre de justicia por el poder de la palabra escrita en silencio. Inmortal sonata de la muerte interpretando la melodía del abandono en horas misteriosas, prolongando los pases, el natural y el de pecho, palabra a palabra, una a una y sus contrarios, exasperando el tiempo, misteriosa oscuridad que brillaba por la sangre, ojo color de cobre oxidada.
Danza andaluza de Pedro Romero, el mejor de los toreros en la poesía de Carlos Fuentes, ligado a Michel Leiris en la interpretación del que escribe.
Belleza luminosa que deleita más por las impresiones que provoca que por el cálculo de organización y los demás elementos, gracias a los cuales produce esa singular belleza en sus novelas cortas, en viajes a un pasado en el que se magnifica la vida.