La pandemia a la que nos enfrentamos hace tres años no sólo trajo el reto de la emergencia sanitaria, también implicó transformar rápida y urgentemente los modos de trabajo para poder sostener la economía mundial. Las empresas tecnológicas vivieron un aumento de demanda en sus productos y servicios sin precedente, llevándolos a tomar diversas estrategias de contratación y trabajo que, por diferentes motivos, no funcionaron adecuadamente en la realidad postpandemia.
Desde el principio del año pasado, las más grandes empresas tecnológicas comenzaron a planear y ejecutar despidos masivos como una reacción al reordenamiento económico. Durante este año, más de 200 mil trabajadoras y trabajadores del sector tecnológico han sido despedidos de empresas como Google, Amazon y Microsoft. Aunque los sectores más afectados dependen de las corporaciones, encuentro algunos rasgos en común que permiten explicar, mas no justificar, estos movimientos y la relación entre las empresas y sus empleados.
¿Cuáles son los motivos comunes que resultan en los despidos masivos? En primer lugar, sabemos que la industria tecnológica es muy dinámica y está sujeta a cambios rápidos en la demanda del mercado, enfrentándose a un ambiente altamente competitivo y a la constante presión por innovar. Sin embargo, los movimientos en el mercado, como una disminución en la demanda de ciertos productos o servicios, o la obsolescencia de una tecnología, pueden llevar a una reducción en la fuerza laboral. Por ejemplo, la introducción de nuevas tecnologías disruptivas, como la inteligencia artificial o la automatización, han llevado a despidos masivos en algunas empresas de tecnología, ya que han tenido que adaptarse a un mercado en constante evolución.
En segundo término, las empresas de tecnología buscan restructurarse o consolidarse para mejorar su eficiencia operativa y mantener su competitividad en el mercado. Esto implica fusiones, adquisiciones o la reorganización de equipos y departamentos, lo que lleva a la eliminación de puestos de trabajo redundantes o duplicados. Además, algunas empresas optan por la subcontratación, que constantemente violenta los derechos de la clase tra-bajadora, o recortar gastos en momentos de incertidumbre económica o financiera, lo que también resulta en despidos masivos.
Y, en tercer término, aunque la industria tecnológica es conocida por su rápida innovación y crecimiento, también se enfrenta a presiones financieras. Estos desafíos se producen debido a la competencia, la disminución de los ingresos, los altos costos de desarrollo de tecnología, las inversiones en investigación y desarrollo y la presión de los accionistas para generar resultados financieros positivos. En momentos de dificultades financieras, las empresas optan por recortar gastos y reducir su fuerza laboral como una medida para recuperar la rentabilidad.
Como podemos observar, en todos estos motivos hay, en el fondo, un objetivo común: mantener y aumentar la ganancia de la empresa. Si bien esta es la finalidad primaria de las compañías, esta meta no puede ser cumplida sin la fuerza laboral: la riqueza la producen las y los trabajadores. Por tanto, parece que las empresas se enfrentan a una falsa disyunción: innovación y rentabilidad o derechos laborales. Su falsedad viene de un paradigma que busca la monopolización de la riqueza en la cúpula empresarial, en lugar de pla-near en pro de una prosperidad compartida, donde todas y todos tengan acceso a los recursos suficientes para vivir dignamente.
Todos los derechos (incluidos los laborales), históricamente no se han obtenido fácilmente. De hecho, la victoria no llega cuando se consigue una legislación pertinente y efectiva: es necesario defenderlos constantemente, pues en momentos de crisis se buscará prescindir de ellos para “salvaguar-dar los intereses generales”. Sin embargo, los derechos laborales son derechos humanos y por tanto son inalienables. La falta de cumplimiento de estos derechos es multifactorial, pero en este ejemplo podemos detectar una causa muy clara: la ausencia de reconocimiento verdadero de que la riqueza la producen las y los trabajadores, que no pueden ser sencillamente prescindidos. En ese sentido, aplaudo las estrategias que frente a las restructuraciones y crisis buscan no afectar a sus empleados para procurar el sostén económico propio y de sus familias. En ese marco, el verdadero sindicalismo se vuelve la posibilidad más efectiva que tiene la clase trabajadora para hacer cumplir sus derechos.
Una cultura del trabajo humanizada y que estratégicamente utiliza la tecnología es más efectiva que una con atributos contrarios. Es necesario impactar más profundamente en las leyes para promover la organización de las y los trabajadores en conjunto con el Estado, de tal suerte que les permita defenderse de los abusos a los que pueden ser sometidos. Asimismo, precisamos fortalecer la democracia sindical para que la voz de las personas trabajadoras sea escuchada, pero también permear en la cultura y en el discurso social sobre el trabajo a través del reconocimiento auténtico de la clase trabajadora.