Con el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (en sus reuniones de primavera) se inicia otra temporada de los siempre previsibles videntes financieros y sus destartaladas bolas de cristal. El elemento “novedoso” que “ahora” vislumbran es (otra) eventual crisis de la deuda pública, resultante del “acelerado” (brutal, en realidad) aumento de las tasas de interés para “combatir” la inflación (que, si bien va, ha cedido mínimamente), decisión que sólo ha provocado el incremento sostenido del servicio del débito, sobre todo en países de ingresos medios y bajos, lo que a su vez “amplía las desigualdades”.
Bien, pero, hasta donde da la memoria, a lo largo de los años y de las “reuniones de prima-vera” y de “otoño”, ese pronunciamiento es recurrente, el menú principal de los encuentros, ergo, transcurre el tiempo, se suceden los gobiernos, los problemas se agudizan y esos organismos financieros supuestamente multilaterales no modifican un ápice las políticas que imponen, es decir, aquellas que suben sostenidamente la deuda, las tasas de interés y, desde luego, la pobreza (el lenguaje tecnocrático la denomina “desigualdad”), o lo que es lo mismo, los problemas que ahora, por enésima ocasión, dicen preocuparles, son, por mucho, los que ellos mismos alimentan.
Desde Washington, los corresponsales de La Jornada Jim Cason y David Brooks reportan que el FMI y el BM “comenzarán sus reuniones semianuales rodeados de críticas de casi todos los sectores, desde naciones en desarrollo, líderes internacionales y hasta algunos de sus países miembros más poderosos por su lentitud en reformar sus políticas y prácticas para abordar el cambio climático en forma efectiva y el fracaso de sus estrategias de desarrollo”, y recuerdan que “en enero pasado, el secretario general de la Organización de Naciones Unidas, António Guterres, condenó el ‘sistema financiero global moralmente en bancarrota… diseñado para beneficiar a los ricos y los poderosos’”.
¿“Solución”? La misma de siempre: el FMI anuncia “una reunión entre todos los acreedores, públicos y privados, los países con problemas de endeudamiento y los organismos internacionales para buscar un remedio a este problema”, es decir, la misma cantaleta que no conduce a nada, pero sí incremento al servicio de la deuda y al débito mismo, con un creciente costo social, toda vez que el fondo no tiene la menor intención de modificar sus políticas que conducen a lo que dice preocuparle.
Todo estos años, las “recomendaciones” (léase imposiciones) del FMI (“si no las aplicas al pie de la letra no hay crédito”, es su consigna) han destrozado a no pocos países subdesarrollados, pero el organismo –dirigido por los países altamente desarrolladas– no quita el dedo del renglón, por lo que éste y sus titiriteros sólo han logrado empobrecer más a los pobres y concentrar el ingreso y la riqueza en un grupúsculo de magnates. Obvio que el costo social ha sido brutal, pero a ellos sólo les importa concentrar y concentrar, porque manejan a la comunidad de naciones como si fuera su empresa privada.
Y todavía se dan el lujo de hablar de “democracia”, cuando en los hechos se trata de organismos totalmente antidemocráticos, y el poder de voto es muestra fehaciente de ello (no es un sufragio para cada nación que los integra). Por ejemplo, en el FMI Estados Unidos tiene 16.5 por ciento del voto total (México, 1.8), y alrededor de 70 por ciento si suma a sus “aliados” del G-7 y la Unión Europea.
Si se suma el poder de voto de los países latinoamericanos y caribeños integrantes del FMI, la proporción es de 8.12 por ciento del total. De ella, la mitad corresponde a Brasil (2.2 por ciento) y México (1.8 por ciento), y ello se da en medio de un discurso más falso que un billete de 3 pesos, porque en 2006 el organismo reconoció que más que notorio era el “déficit de democracia” existente en esa institución “multilateral”, por lo que promovió “un cambio profundo para que las naciones obtengan mayor poder en la toma de decisiones”. Se le dio una manita de pintura, pero de todas maneras todo quedó igual.
Entonces, sin un cambio radical en esos organismos éstos seguirán destrozando a las naciones subdesarrolladas.
Las rebanadas del pastel
Mea culpa: México SA patinó ayer, al referir que en el periodo 2006-2018 (Calderón-Peña Nieto) la superficie de concesiones mineras sumó 21 mil millones de hectáreas; en realidad son 21 millones, sin el mil. Una disculpa.
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